21.2.17

... pero no quería un abrazo de despedida

No sabía cuántos días y horas seguidas llevaba llorando. No llevaba la cuenta de la última vez que me senté a comer con verdadero gusto y no con la intención de no desnutrirme. No sabía cuánto tiempo había permanecido en cama, hecha bolita, hasta que me vi con la misma ropa. No sabía cuándo fue la última vez que me había bañado. 

Hoy los conté... fueron doce días. Doce. 

Doce días en los que me despertaba para tomarme otro somnífero y evitar el llanto al quedarme dormida. Doce días en que solo pude abrazar a mis perros y contarle a ellos todo lo que me dolía. Doce días en que intenté acercarme a quién amaba de las formas más indirectas, porque su rechazo iba a ser más difícil de soportar. Doce días en que no me moví de mi lado de la cama porque me recordaría el lugar donde dormía él, donde me abrazaba, donde cocinaba, donde nos dimos el primer beso y el último.

Me destruí. Mi sistema digestivo estaba en un colapso. No quería remedios porque sentía que mi único remedio era tenerlo cerca y poder hablar. 

Y no lo culpo. De nada. Ni me culpo a mí. Había amor pero falta de comunicación. Quería hablarle el sueños, tocar su alma, tratar de hacerlo mejor y hacerme mejor. Pero mis estrategias no funcionaban. Dolían. Le dolían a él y me dolían a mí. 

Y hoy escribo porque mañana quiero despertar sintiéndome feliz, aunque ya su amor no esté en mi vida. Quiero recuperar mi sonrisa, mi mirada vivaz, mis sueños. 

Hoy ya me despedí. Ya boté todo lo que tenía hecho un nudo mi corazón. Y recibí un "al menos me hubiera gustado un abrazo de despedida"...

Y yo solo pensaba en que lo que necesitaba era un abrazo de "hola, bienvenida de nuevo a mi vida".

Me voy rota, pero no vacía. Tenía que romper ese recipiente que estaba solo dispuesto a llenarse de lo que él me daba... para poder reconstruir el recipiente más grande y poder recibir lo que alguien más me dará. Grande. Duradero. Y, espero que esta vez, para siempre.