Y es que ya no sé qué más hacer. Ya no sé
qué camino coger. Estoy en la nada, sintiéndome en la nada y, peor aún,
convirtiéndome en nada.
Apago la computadora con el fin de
desprenderme de las cosas que me recuerdan a ti, me aseguro de que las puertas
de la casa estén cerradas, de que las cortinas estén abajo, de poner el celular
en silencio.
Recorro una vez más la casa y sin querer
te voy viendo en cada uno de sus rincones… cómo me gustaría a veces poder
cambiar todos los muebles para no verte sentado ahí en ninguno de ellos.
Apago las luces, no es necesario
preocuparme del televisor… desde que no estás, mi cuarto solo lo utilizo para
dormir y darme celularazos en la cabeza. Todo me da vueltas… o bueno, no todo.
Tú.
Me tomo la pastilla para dormir. Me
acuesto. Me aseguro de que mis perros ya estén cómodos y listos para descansar.
Cierro los ojos. Los abro. Los vuelvo a cerrar. Los vuelvo a abrir. Me provocan
ahora tabacos a la mitad de la noche, tal vez porque con ellos recuerdo ese
olor particular que me molestaba de ti.
Salgo nuevamente del cuarto. Prendo pocas
luces, no quiero que los perros se despierten y enciendo nuevamente la
computadora. Mi corazón está gritando tantas cosas que necesito sentarme a
escribir. Soy así de impulsiva, lo sabes… y cuando escribo, lo escribo con el
alma, sin pensarlo, sin editarlo, sin esperar que llegue a ti.
Intentar lo casi imposible, tratar de
obtener esa cura para arrancarte a alguien de tu mente, de los infinitos
finales y los escasos comienzos. Fresh start, pero no tan fresh porque ya
estábamos medios podridos por dentro.
Entonces empiezo a escribir, tratando de
que las palabras que van plasmándose se conviertan en el desahogo de toda la
ansiedad que llevo dentro… tratando por un momento de aquietar todas esas risas
y conversaciones que logramos tener.
Recuerdo tanto al hombre que eras, o al
menos al que me imaginé. Ese siempre ha sido mi problema… a veces me pierdo en
mis ilusiones y no veo la realidad. No eras malo, tal vez un poco imprudente… si
hubieras sido malo, ni siquiera hubiera intentado buscarte o darte las señales
para que me busques.
Pero hay cosas que son como son, es lo
que tiene que ser, es lo que la vida te puso para aprender… aprender a
valorarte… aprender a valorarme. ¡Pero qué jodido se pone todo a veces!
Esperaría que fuera un domingo, por aburrimiento, que pasas por mi cabeza… pero
no. Normalmente es como cuando lees una frase, sin querer y mi cabeza comienza
a imaginarte.
A veces incluso te hablo en la oscuridad.
Qué suerte tengo al vivir sola, puedo hablarte sin que estés y sin que piensen
que estoy loca. Muchas veces, cuando te hablo, lloro, como ahora. No quiero que
eso te duela. No quiero que tampoco me duela a mí. Tenemos claro que las
lágrimas son solo emociones que necesitan ser desechadas por algún lugar.
Te he dicho, en mi soledad, todo lo que
siempre te quise decir. Y han sido tantas cosas que poco las recuerdo y no me
he cansado ¿por qué no me canso? ¿por qué ya no para esta estúpida costumbre de
creer que estás cuando solo tengo el olor de tu ausencia?
No me dueles. No me puedes doler. Pero me
da impotencia de no poder haber hecho más. De no haber sido más fuerte cuando
debí, o de haberlo sido demasiado cuando necesitabas otra cosa. Pero así somos,
diferentes. Tan diferentes. Pero me di cuenta de algo… tuyo, mío, nuestro, y
quién sabe de cuántas personas más.
Una vez mencionaste que tenía miedo de
que me amen. Tal vez. Tal vez en algún momento de mi vida alguien me amó tanto
y luego tuve que olvidarme de ese amor, y ahora tengo miedo de volverlo a
sentir… porque lo amargo no se quita ni con lo más dulce de este mundo. Tal vez
aún llevo ese mal sabor de alguien quien nunca dejó de amarme, ni yo a él, pero
las cosas no iban a funcionar nunca. Tal vez tengo miedo a que vuelva a pasarme
lo mismo. Y aunque tarde lo descubrí, quise lanzarme al vacío. Y fue entonces
cuando me di cuenta de que te pasa lo mismo.
También tienes un dolor o un miedo al
amor. Conociéndote me dirás que no, que tú entregas todo, que eres valiente,
que eres de los que le dice y le grita al mundo “quiero amar y ser amado”; pero
hay algo que no cuadra… porque si fuera así, cuando quise acercarme a ti, me
alejaste. Te rendiste. Por tu propio bien, estamos de acuerdo, no querías salir
lastimado nuevamente, no querías lastimarte nuevamente. Pues, malas noticias,
en el amor se lastima siempre – y normalmente nunca es queriendo – pero eso es
justamente lo que hace que las relaciones funcionen, que crezcan y que los
errores no se vuelvan a cometer. Entonces tal vez no le tengas miedo a amar y
ser amado, pero tal vez te pasa lo mismo que a mí… y es que probablemente con
alguien se te fue esa valentía para pelearla hasta desgastarse.
No podemos decir que en lo nuestro ya no
había más que hacer… habían mil soluciones… el problema es que nos enfocamos en
lo que podía ir mal. Y por eso te ofrecí un buen amor – insisto, tarde – pero
ya no lo viste. Ya lo roto, no se podía componer… pero fíjate que no había nada
que componer entre nosotros, lo que teníamos era que arreglarnos cada uno para
poder resurgir.
Y me siento frustrada, porque por más de
que quise darte esas esperanzas de la única forma en que podía, tú solo lo
veías como palabras distantes. Me frustraba, porque no podía ir a buscarte y
sonreírte, a decirte que todo iba a estar bien… y me atoré con los diez mil “te
extraño” que debí haberte dicho más seguido.
Y hoy ya me rindo. Me rindo al saber que
no hay nada que traspase esa pared que me pusiste, al saber que tu metodología
de vida es no mirar hacia atrás. A tu resiliencia de salir fortificado de lo
que te hunde.
Me rindo. Me rindo y me quedo con tener
conversaciones con un ausente. Me rindo a seguirte viendo en cada rincón hasta
que poco a poco vayas desapareciendo. Dejo ir las ganas de que estés aquí, para
vivir con las ilusiones ópticas que tengo cada mañana y cada noche al
recostarme en mi cama. Me rindo a revivir cada momento que me hizo feliz a tu
lado…
Me rindo, hasta que al fin te vayas por
siempre… aunque ya te has ido.