18.4.17

... pero me rindo

Y es que ya no sé qué más hacer. Ya no sé qué camino coger. Estoy en la nada, sintiéndome en la nada y, peor aún, convirtiéndome en nada.

Apago la computadora con el fin de desprenderme de las cosas que me recuerdan a ti, me aseguro de que las puertas de la casa estén cerradas, de que las cortinas estén abajo, de poner el celular en silencio.

Recorro una vez más la casa y sin querer te voy viendo en cada uno de sus rincones… cómo me gustaría a veces poder cambiar todos los muebles para no verte sentado ahí en ninguno de ellos.

Apago las luces, no es necesario preocuparme del televisor… desde que no estás, mi cuarto solo lo utilizo para dormir y darme celularazos en la cabeza. Todo me da vueltas… o bueno, no todo. Tú.

Me tomo la pastilla para dormir. Me acuesto. Me aseguro de que mis perros ya estén cómodos y listos para descansar. Cierro los ojos. Los abro. Los vuelvo a cerrar. Los vuelvo a abrir. Me provocan ahora tabacos a la mitad de la noche, tal vez porque con ellos recuerdo ese olor particular que me molestaba de ti.

Salgo nuevamente del cuarto. Prendo pocas luces, no quiero que los perros se despierten y enciendo nuevamente la computadora. Mi corazón está gritando tantas cosas que necesito sentarme a escribir. Soy así de impulsiva, lo sabes… y cuando escribo, lo escribo con el alma, sin pensarlo, sin editarlo, sin esperar que llegue a ti.

Intentar lo casi imposible, tratar de obtener esa cura para arrancarte a alguien de tu mente, de los infinitos finales y los escasos comienzos. Fresh start, pero no tan fresh porque ya estábamos medios podridos por dentro.

Entonces empiezo a escribir, tratando de que las palabras que van plasmándose se conviertan en el desahogo de toda la ansiedad que llevo dentro… tratando por un momento de aquietar todas esas risas y conversaciones que logramos tener.

Recuerdo tanto al hombre que eras, o al menos al que me imaginé. Ese siempre ha sido mi problema… a veces me pierdo en mis ilusiones y no veo la realidad. No eras malo, tal vez un poco imprudente… si hubieras sido malo, ni siquiera hubiera intentado buscarte o darte las señales para que me busques.

Pero hay cosas que son como son, es lo que tiene que ser, es lo que la vida te puso para aprender… aprender a valorarte… aprender a valorarme. ¡Pero qué jodido se pone todo a veces! Esperaría que fuera un domingo, por aburrimiento, que pasas por mi cabeza… pero no. Normalmente es como cuando lees una frase, sin querer y mi cabeza comienza a imaginarte.

A veces incluso te hablo en la oscuridad. Qué suerte tengo al vivir sola, puedo hablarte sin que estés y sin que piensen que estoy loca. Muchas veces, cuando te hablo, lloro, como ahora. No quiero que eso te duela. No quiero que tampoco me duela a mí. Tenemos claro que las lágrimas son solo emociones que necesitan ser desechadas por algún lugar.

Te he dicho, en mi soledad, todo lo que siempre te quise decir. Y han sido tantas cosas que poco las recuerdo y no me he cansado ¿por qué no me canso? ¿por qué ya no para esta estúpida costumbre de creer que estás cuando solo tengo el olor de tu ausencia?

No me dueles. No me puedes doler. Pero me da impotencia de no poder haber hecho más. De no haber sido más fuerte cuando debí, o de haberlo sido demasiado cuando necesitabas otra cosa. Pero así somos, diferentes. Tan diferentes. Pero me di cuenta de algo… tuyo, mío, nuestro, y quién sabe de cuántas personas más.

Una vez mencionaste que tenía miedo de que me amen. Tal vez. Tal vez en algún momento de mi vida alguien me amó tanto y luego tuve que olvidarme de ese amor, y ahora tengo miedo de volverlo a sentir… porque lo amargo no se quita ni con lo más dulce de este mundo. Tal vez aún llevo ese mal sabor de alguien quien nunca dejó de amarme, ni yo a él, pero las cosas no iban a funcionar nunca. Tal vez tengo miedo a que vuelva a pasarme lo mismo. Y aunque tarde lo descubrí, quise lanzarme al vacío. Y fue entonces cuando me di cuenta de que te pasa lo mismo.

También tienes un dolor o un miedo al amor. Conociéndote me dirás que no, que tú entregas todo, que eres valiente, que eres de los que le dice y le grita al mundo “quiero amar y ser amado”; pero hay algo que no cuadra… porque si fuera así, cuando quise acercarme a ti, me alejaste. Te rendiste. Por tu propio bien, estamos de acuerdo, no querías salir lastimado nuevamente, no querías lastimarte nuevamente. Pues, malas noticias, en el amor se lastima siempre – y normalmente nunca es queriendo – pero eso es justamente lo que hace que las relaciones funcionen, que crezcan y que los errores no se vuelvan a cometer. Entonces tal vez no le tengas miedo a amar y ser amado, pero tal vez te pasa lo mismo que a mí… y es que probablemente con alguien se te fue esa valentía para pelearla hasta desgastarse.

No podemos decir que en lo nuestro ya no había más que hacer… habían mil soluciones… el problema es que nos enfocamos en lo que podía ir mal. Y por eso te ofrecí un buen amor – insisto, tarde – pero ya no lo viste. Ya lo roto, no se podía componer… pero fíjate que no había nada que componer entre nosotros, lo que teníamos era que arreglarnos cada uno para poder resurgir.

Y me siento frustrada, porque por más de que quise darte esas esperanzas de la única forma en que podía, tú solo lo veías como palabras distantes. Me frustraba, porque no podía ir a buscarte y sonreírte, a decirte que todo iba a estar bien… y me atoré con los diez mil “te extraño” que debí haberte dicho más seguido.

Y hoy ya me rindo. Me rindo al saber que no hay nada que traspase esa pared que me pusiste, al saber que tu metodología de vida es no mirar hacia atrás. A tu resiliencia de salir fortificado de lo que te hunde.

Me rindo. Me rindo y me quedo con tener conversaciones con un ausente. Me rindo a seguirte viendo en cada rincón hasta que poco a poco vayas desapareciendo. Dejo ir las ganas de que estés aquí, para vivir con las ilusiones ópticas que tengo cada mañana y cada noche al recostarme en mi cama. Me rindo a revivir cada momento que me hizo feliz a tu lado…


Me rindo, hasta que al fin te vayas por siempre… aunque ya te has ido.

4.4.17

... pero a mí no me dueles, Ecuador

Desde que se supone – y recalco, supone – que Lenin Moreno ha ganado la presidencia de nuestro país, he leído a tantas personas diciendo “Me dueles Ecuador”.

No, señores, NO. A mí no me duele Ecuador.

Me duelen los fraudes que constantemente nos entucan – y pido disculpas por la expresión tan violenta, pero es que nos han violado – con leyes redactadas de forma confusa, cambiando un punto o una coma, para que en cualquier momento puedan defender los actos atroces que se han cometido en este gobierno.

Me duelen las muertes y las amenazas a las que han tenido que recurrir los gobernantes del país, para mantener callados a muchos ciudadanos. Los puestos prometidos, el dinero que va y viene entre sus manos, como si fuera un lujo que este país se puede dar.

Me duele haber tenido un representante que aplique el famoso “divide y reinarás”, que se aprovechó de los momentos de vulnerabilidad de un pueblo roto por un terremoto, para crear brechas que nunca debieron existir.

Me duele la ironía de aquellos que argumentan con insultos a su gente, esos mismos que pueden sacar provecho de la ignorancia de muchos para venderles una ilusión… y que luego esas ilusiones las manden por el caño.

Me duele ver cómo tantos actores principales de este gobierno están saliendo despavoridos, a cualquier hora y con cualquier destino… porque saben que les van a tumbar su fraude.

Me duele que el supuesto futuro gobernante de este país pida respeto a los periodistas desde ya – a quienes el mismo gobierno se supone que pide imparcialidad – que lo llamen Presidente Electo.

Me duele que esa autoridad que piensa que por tener el poder en sus manos, puede hacer y deshacer a un país que está pidiendo un respiro, un cambio…

Pero a mí no me dueles, Ecuador. 
¡A MÍ ME ENORGULLECES, CARAJO!

Me enorgullece ver cómo muchos hoy ya perdieron el miedo de gritar “libertad”.

Se me infla el pecho al ver cómo millones de personas se levantan de la comodidad de sus hogares, o luego de una jornada laboral, y se dirigen a gritar a todo pulmón que no quieren una dictadura, que no quieren que este país se convierta en un Cuba o Venezuela, vendiéndonos la idea de un socialismo que se basa en el enriquecimiento ilícito e inmesurado de sus supuestos líderes.
Me tiembla el alma cuando siento toda esa vibración de un pueblo que ha reconocido que se necesitan cambios urgentes porque se han llevado a nuestro país en peso; dejándonos muy poco o casi nada para dejarles a la siguiente generación.

Me llena de fuerza ver cómo les hemos hecho un “zas, en toda la boca” a todo aquel que nos ha denigrado, nos ha mirado por encima del hombro o se le han subido los humos a la cabeza.

Pero más que nada me llena de amor… porque hoy no existen límites de estratos sociales, regionalismos, colores, preferencias sexuales o tendencias religiosas. Hoy somos un país unido que grita con toda la fuerza “amo a mi país y voy a luchar por él”.

Hoy, este país con plena conciencia se levanta y hace que tiemblen sus líderes, porque hoy se demuestra que no somos un país conformista, que estamos dispuestos a sacar adelante INCLUSO a los propios ciudadanos que votaron por el supuesto presidente electo… porque ya no se trata de ti, o de mí, o de los ricos, o de los pobres… se trata de nuestro país, de nuestra libertad, de todas las lágrimas que ha causado este gobierno callando a reporteros, dejando a miles de desempleados, generando violencia y llenando de resentimientos sociales a un país que nunca debió estar dividido.

Les recuerdo algo: un presidente no es nada sin su banda presidencial… y esa la ponen los ciudadanos. Veamos si pronto la llevarán en su torso, o la llevarán como mordaza.

Así que a mí NO ME DUELES, ECUADOR. No me dueles.

Me enorgulleces.


Y seguirás siendo grande, mientras el pueblo siga gritando cuánto te ama y todo lo que está dispuesto a sacrificar por tu bien. 

¡Que hoy se haga historia!