11.9.12

... pero ¿nos volveremos a ver?

Entre risas y trabajo se escuchó el rumor sobre la noticia fatal. La realidad empieza a sentirse como una pesadilla con las ingenuas palabras que únicamente podían venir del alma en esa situación... "no puede ser" me repetía, como si con esa frase pudiera cambiar los últimos segundos. Tomé mi celular con las manos temblorosas y la mente cubierta de esa niebla que anteriormente había sentido... "no puede ser".

Llamé a mi madre, tal vez ella me dijera que no era cierto - sus palabras siempre suenan a que todo está bien - pero no contestó. Una vez, dos veces, siete veces. El que no haya atendido me confirmaba que las noticias no serían buenas. Mientras marcaba su número la mente empezaba a despejarse un poco y traté de concentrarme en las próximas llamadas que podrían cambiarlo todo.

Escuché la voz de mi tía diciendo "estaba a punto de llamarte" y empecé a sentir cómo una parte de mí iba comprendiendo que lo sucedido era real. Los ojos se me llenaron de lágrimas, la voz empezaba a perder su sonido y me dejé caer unos segundos mientras daba la confirmación de la noticia. "No puede ser", me seguía repitiendo... Salí, fumé, me tranquilicé. ¿Qué haces en este momento cuando sabes que en tu vida se perdió algo tan valioso como otra vida? 

Pasaron las horas tan cruelmente sin darme la buena noticia de que existiera alguna falsedad en lo acontecido... pasaron esas horas tan oscuras donde tuve que tragar tantas lágrimas que querían salir. Pasaron las horas recordando los pequeños momentos cortos y agradables en que pude conocerlo. Y llegué al final del día cuando mi madre fue a recogerme para ir a ofrecer mis respetos. ¿Respetos? ¿Qué respetos? Si lo único que quieres es que la vida te regale un milagro en momentos así.

Empecé a ver a una infinidad de personas por las que hubiera dado una parte de mi corazón simplemente para quitarles el dolor... todas esas personas que he sentido como parientes lejanos, pero siempre manteniéndose tan cerca. Sentí esa impotencia al dar un abrazo y no poder ofrecer nada más que un "lo siento" que parece tan irrelevante cuando quieres decir muchas cosas más... cuando quieres ofrecerles cambiar el pasado como si la vida lograra ser una máquina del tiempo. Sólo abrazos, sólo amor, sólo eso puedes intentar transmitir. Tomar una mano, ofrecer tu ayuda pero, al final, nada es importante. Nada, porque se perdió mucho más que una fortuna... se perdió una parte del corazón.

Y vestidos de colores homogéneos, despedimos poco a poco a esa mente brillante, a esa sonrisa magnífica, a ese que nos dio la oportunidad de aprender y de desafiarnos cada día más. Perdimos la oportunidad de decir cuán increíble era haberlo conocido y de pedirle al mundo más tiempo a su alrededor. 

Hoy ya no está...  pero sus enseñanzas permanecen aquí, entre los que pudimos conocerlo o trabajar con él, entre los que disfrutamos de madrugadas sin fin recorriendo canciones como carreteras únicas que nos llevan a la alegría total. Perdimos a un gran maestro, a un gran señor, a un gran amigo.

Si en algún momento debo creer en algo, quiero creer en que algún día me volveré a topar con él, entre las calles de un cielo o en las piscinas del infierno... sea donde sea, sólo quisiera creer que algún día nos volveremos a ver para compartir un nuevo vaso de whisky, la discografía completa de un grupo ochentero o las conversaciones literarias que poco podíamos entender.

Un abrazo al cielo, mi querido ex jefe... Siempre me dijiste que podía volver a trabajar contigo y hoy más que nunca me arrepiento de no haberlo hecho. 

Att.: La Rosa del Principito

10.9.12

... pero he perdido el tiempo

He perdido el tiempo para escribir y, con él, se han ido mis fuerzas para hacerlo. Me he vuelto una cobarde ante la batalla incansable de los personajes que me miran desde las esquinas esperando que me acerque a conocerlos. He perdido la vida de muchos anteriormente y, con ellos, he perdido la mía.

Este infierno se ha vuelto la personificación de la monotonía: 8 horas trabajando, 8 durmiendo, 8 huyendo. Cada palabra se empieza a adelgazar dentro de mi mente, las voces se han bajado su intensidad y las imágenes se han convertido en borrosos fotogramas de unos eternos desconocidos. No sé quiénes están ahí... no sé porqué me persiguen. En el fondo, creo que tengo miedo de conocerlos porque sé que son las sombras de lo que quisiera tener, pero me asustan... me petrifican. Me delatan.

Los he creado con cada una de las pocas fibras que me quedan de conocimiento. Los he creado... pero aún me falta creer en ellos.

Tal vez mañana... si no me asusto tanto (o si no me quedo dormida en el intento).

19.6.12

... pero es sólo un final alterno

Cosas que nunca se publican para no perder la esperanza. Aquí está el primer final de "... pero quise escribir(te)" posteado en enero http://disculpelacobardia.blogspot.com/2012/01/pero-quise-escribirte.html

"(...) He perdido la opción de no querer que estés aquí. Y digo perdido porque por más que la busque, no la quiero encontrar. Probablemente la perdí entre tus notas, capaces de encontrar cada uno de mis pensamientos. Capaces de hacerme crear un pensamiento que sirva como una melodía de terror.

Me perdí en tu sabiduría y en mis ilusiones mal basadas en palabras que nunca fueron para mí, para convertirme en ese cálido refugio donde te alojarías en cualquier posición sin poder hacerle daño. Y así, los minutos atrevidos y nuestra estancia fugaz, convirtió en el refugio de un viernes por la noche que se cierra con un beso en la corteza de los pensamientos, como queriéndolos marcar por esa y mil noches más.

Y así, cada noche me quedo estática, dibujando en mi mente los retazos de su boca torcida, de su cabello compuesto por hilos de seda color abono y nube. Una boca que, en mi mente, permanece inquieta, queriendo besar cada espacio de piel al descubierto, queriendo explorar y dejar el olor a saliva en cada espacio que roza. Una boca capaz de decir las peores cosas sin miedo a la culpa, porque se cree magnífico y así lo veré. Es mi forma de mirarlo y de admirarlo.

Y empiezo a perder el control mientras recuerdo las últimas notas, las últimas palabras. Y entro en los impulsos de desesperación que sólo logran ahogar mi propia mente. Y pierdo el control, pierdo la esperanza.

¿Quién diría que las cicatrices en la piel son hermosas, cuando son la muestra de que lo que se ha marcado no es el corazón?"

26.4.12

... pero que la niebla te cubra

Buscaba palabras para encontrarlo, tal vez, en el fondo de una caja vieja de la mudanza. Ese nuevo espacio en el que habitaba fue un impulso que él, sin querer, le hizo tomar. Era muy conveniente culparlo de la soledad y quería encontrar esa excusa para volver a su vida anterior... esa vida que ya no era de ella. Pero no podía. Ya no se sentía triste y extraña como los primeros días, ya podía correr y saltar sintiéndose dentro de un ambiente tan relajante que ella había creado para sí misma. 

Esa misma noche tropezó con varias imágenes de él... creo que por un momento las buscaba, pero nadie podía juzgarla. Ella lo había inmortalizado en varias de sus canciones y, de repente, no podía contener esa curiosidad de saber qué era de su vida, si era feliz o miserable, si seguía pensando que había sido un error; pero nunca encontraba nada de eso... o al menos no algo específico. Simples diferencias en las que ella era directa y él un simple actor que lo convertía en un peón de sus propias pesadillas.

Entonces lo vio. Reconoció esa risilla repleta de humor negro que ella ya conocía y se asombró. Intentaba no burlarse. No ver sus errores y recordar las cosas buenas que él tenía y no pudo encontrar ni una sola razón para seguirlo recordando. No extrañaba sus besos, su mirada, su complicidad y juegos de palabras.

Paró un momento a pensar en él pero los recuerdos, pocos y desvanecientes, sólo lograban engendrar una niebla muy espesa en su mente. 

Ni siquiera intento moverse o disiparla. Se quedó ahí, estática, sientiendo como aquella niebla se sentía tan familiar y segura. No temía dar pasos hacia adelante, pero tampoco quería darlos ¿para qué?, se preguntaba. Esta niebla gris violeta la envuelve de la manera más cálida que podría sentir.

Los recuerdos se convirtieron hace mucho en gotas que cayeron sobre la tierra, muchos más calentaron el terreno y se evaporó toda seña de dolor. Era hora de que se nublara y así pasó. Cosas que suceden de vez en cuando, cosas que se olvidan más rápido cuando ella empezó a amar mucho más. 


Muchos le temen a la niebla pero pocos se dan cuenta de que, a veces, la niebla nos quita el paisaje de algo que no merece ser visto.

A su salud... pero más a la de ella.

15.3.12

... pero perdí a mi dragón

Llevo ya varios meses en busca de mi dragón. Pero déjenme explicarles mejor, porque no es un dragón normal... Es bastante específico. 

No es negro, no me gustan los lutos personales... ni tampoco rojo porque quemarían mis ojos al mirarlo. Tiene un contraste perfecto en tonos morados y naranjas, donde la cola se convierte en una fusión maravillosa de un cielo púrpura con pequeñas estrellitas que mejoran al exponerse a los rayos del sol. 

Su piel tiene un conjunto de laberintos donde los caminos se marcan por grietas en alto relieve y, cuando lo tocas, puedes sentir cómo las manos queman por dentro como cosquillas agradables justo en el centro de la palma.

Me han contado que los dragones normales suelen emanar fuego por la boca pero él, al bostezar, inhala un polvo de luna que lo llena de luz y lo hace brillar por unos segundos y, cuando lo exhala, ese polvo sale como una niebla turquesa que concede deseos. ¡Sí! ¡Deseos! ¡La cantidad que quieras! Es muy generoso con las personas que ama.

Su apariencia es engañosa, parece que es muy fuerte y enojado, pero en realidad le gusta acercarse a la gente y que lo acaricien en la línea que marca la división de sus dos ojos. Sabe sonreír y también sabe llorar. En cualquiera de los dos casos, sé que sólo te dan ganas de abrazarlo y nunca dejarlo ir.
Un día me dijeron que quería alas, pero pensé que me daría mucha tristeza si en algún momento decidía partir lejos, es por eso que decidí dejarle en la acera unas alas de cartón, para que vuele su imaginación, pero no se desprenda del piso. Pero créanme cuando les digo que me equivoqué. 

Hice unas alas pequeñas y, a pesar de eso, aprendió a volar muy alto. Una mañana que llovía, sentí que decían mi nombre y, cuando salí a ver qué era, sólo sentí el aleteo a lo lejos y el sonidillo que salía de salía de su corazón. ¡Quería que lo aplauda aunque no lo veía! Y yo no pude más que ponerme a llorar.

Fue entonces cuando lo perdí. 

Me he enterado que a veces está en los parques, porque uno que otro lo ha visto jugar con niños pequeños. Pero últimamente se ha escondido. He intentado encontrarlo, preguntándole a mis conocidos; nadie lo ha visto y, al parecer, nadie lo quiere ver. 

El otro día me dieron una pista. Conversé con una pequeña y me ha dicho que se ha escondido en el lado izquierdo de la mente de mi príncipe... Ella me contó que vio cuando se hizo muy pequeño, del tamaño de una pasa, y que se le metió por la nariz. Entonces me decía que, cuando mi príncipe lo vio, ha decidido guardármelo para que cuando al fin nos veamos, pueda darme el mejor regalo que puede existir.

Les pido un favor muy grande, más que nada a ti, querido príncipe... Si tienes a mi dragón, necesito que lo sueltes. Sé que quieres recibir mis abrazos y sentirte como héroe... pero si eres mi príncipe, no te hará falta un dragón para conquistarme. 

He oído hablar de mi dragón y, creo, que en algunos sueños lo vi... pero no estoy segura... 
 
No me juzgues por mis sentimientos de una niña que ha perdido a su mascota preferida.

No me juzguen por mis sentimientos de una niña que ha inventado a su mascota preferida.

10.3.12

... pero estamos cerrados

Sale uno, entra otro. En temporada alta, cuando la recepcionista quiere descansar, hacen fila en la entrada; en temporada baja que ella quiere trabajar, sólo se alojan recuerdos y artículos perdidos de quienes estuvieron ahí por un tiempo. Ese negocio es así.

Luego de haber salido de un año de temporada baja, decidió no hacer nada al respecto. Hasta que un futuro cliente empezó a rondar por las aceras. Se acercaba, se alejaba, se volvía a acercar. Buscaba excusas y volvía. Tenía a muchos posibles clientes admirando la fachada, pero ninguno de ellos parecía merecedor del único cuarto con que contaba el sitio... sólo el observador cauteloso con su atrayente faena que hacía cada noche.

Lo invitó a pasar. En menos de lo que se suponía que duraba su estadía dañó muebles, manchó sábanas, rompió la cama, agrietó paredes, dejó llaves abiertas y olvidó promesas. Salió sin avisar. Sin casi explicar los destrozos. Sin pagar la cuenta, desgraciando la cortesía de la casa. 

No miró hacia atrás. No le importaron las promesas que quedarían en el "lost & found" del lugar.

Como dueña, se sintió dolida. Había invitado a un huésped a quedarse. Le llevó sus mejores sábanas, los olores más naturales, la comida exquisita y el descanso perfecto. Y lo dejó todo. Como si la destrucción fuera lo único que buscaba.

Luego de su partida, mucho tiempo se quedó mirando al espacio, llorando por su ceguera al confiar en alguien que creía conocer de otra vida. Lloró, maldijo y se cayó. Y cerró.

Aviso de la Gerencia:
Corazón de Hotel pide disculpas por las molestias causadas. Estamos fuera de servicio para atenderlos mejor.

O tal vez, para que el día en que él vuelva... a recoger sus promesas olvidadas.

9.3.12

... pero fue un 10 de marzo

 Cuando aprendí a relatar ciertas historias de mi vida, aprendí a sentir más de lo que era necesario. Por esta razón, y algunas otras, me prometí algún día nunca escribir sobre las personas que más amo... sin embargo he roto siempre las promesas que me hago a mí misma. Hoy es necesario contarme un cuento sobre alguien.

Este último mes he recordado mucho la imagen de aquel hombre que me dio pasó a mis jugueterías favoritas: las bibliotecas. He tratado mucho de sacarlo de mi mente, de no recordarlo y no dejarme llevar por la nostalgia de que ya no esté en mi vida, pero ha sido en vano. Es como si aún sus pasos estuvieran impregnados en los pasillos de mi casa, somo si aún al escuchar un paso doble lo viera bailar lentamente junto con su esposa, como si su sonrisa aún no se apagara y la manera en que sus ojos brillaban al vernos a todos juntos, en esta sala. 

Recordé el día del padre, sentados en La Tasca de Carlos, cuando nos dieron de zopetón la noticia "no le queda mucho tiempo... ya sólo falta esperar" ¡qué amarga resulta la vida en momentos tan dulces! Ese día, intentaban cuidar su comida, que no ingiera mucha sal o mucha grasa... ¡no jodan! si alguien tiene poco tiempo, que lo disfrute como quiere hacerlo... que coma, que disfrute, que viva lo poco que le queda. 

A partir de ese día empezaron las noticias en las madrugadas, avisando que lo estaban llevando a la clínica... cada visita era una tortura irremediable, que sólo se calmaba cuando lo veía sonreír al recibir un plato de comida que podía disfrutar. Recuerdo cómo mi padre intentaba hacer que toda la familia esté reunida mínimo una vez al mes para poder celebrar su poca vida que le quedaba. Abrazarlo cada vez se hacía más sencillo y dejarlo ir era cada vez más difícil. Cada día luego de verlo, era un rezo a un Dios que aún no sé si existe y le decía en silencio "que hoy no sea". Esas infinitas visitas al hospital acabaron luego de 9 meses. El día que mi padre me lo dijo, fue algo horrible. Sus lágrimas en los ojos, su afán de no llorar y no dejar de demostrarse como el hombre fuerte que era y yo, desesperada por no contener sus lágrimas.

Ha pasado un año y un día desde la última vez que lo vi. Recuerdo haber llegado al hospital luego de que me lo habían mantenido en secreto por 4 días. No podía creer que él haya estado ahí en una cama, entubado por todos lados y que yo aún no lo había ido a visitar ¿qué habrá pensado de mí? Debía odiarme. Lo encontré adormitado por las medicinas, me quedé sentada a un lado de la cama de metal y tomé su mano... estaba tan suave como la piel de los viejitos. Descubrí su brazo de la sábana que lo cubría y vi manchas por dentro de su piel. Creo que me dolía más que una puñalada en mi corazón. Abrió sus ojos y lo abracé. Intenté mirarlo con la admiración de siempre, pero creo que esa vez se me desbordó el amor... Recuerdo haber suspirado un par de veces, conteniendo las lágrimas que querían salir despavoridas de mis ojos. Estaba perdiendo la vida de uno de mis héroes. 

Traté de conversarle un poco sobre cosas irrelevantes, él aún con sus años me hablaba sobre su trabajo. Cuando llegó la hora de irnos lo abracé lo poco que pude, lo tomé fuertemente de la mano que en todo el tiempo no había soltado y le dije, con esa mirada que suelo poner en un adiós "nos vemos pronto". 

Pero no lo vi más. No vi más a ese hombre inigualable que supo formar a una familia, que nos enseñó a preparar cocteles en las fiestas, al que bailaba y se creía el alma de la fiesta, al que con una mirada nos hacía sentir a sus nietos cuánto nos admiraba. No vi más a la persona que me enseño a amar los libros con devoción y que siempre quería convencerme de que los grillos eran la conciencia (amaba a Pepe Grillo). No vi más a la persona más encariñada con los búhos. Me alegra mucho haberle regalado alguno cuando aún vivía. 

Extraño mucho las pocas tardes que pasé con él. Sus palabras cortas pero justas para ciertos momentos. Extraño incluso el temblar de su mano cuando la cogía y él, por su poca demostración de afecto, quería quitarla. 

Tuve un abuelo increíble y admirable. Tuve un sólo abuelo que conocí y que no me malcriaba con dulces sino con libros. Tuve un abuelo que me aprendió a admirar cuando supo que leía mucho en inglés y que era la única nieta que lo hacía. Tuve un abuelo genial y hoy me hace falta.

Hace un año te fuiste... y aún, hasta hoy, espero el día que se cumpla ese "nos vemos pronto", porque asentiste con la cabeza y una parte de mi corazón se quedó ahí.

Un beso al cielo... uno por cada día que no has estado más.

(esto no tiene nada literario... es simplemente un recuerdo para mí. 10 de marzo es un día que recordaré por siempre)

6.3.12

... pero a veces escribo sin escribir

y extraño sin extrañar...
Me pinto sonrisas con brochas y en realidad no están.

A veces escribo sin escribir,
porque lo único que saldría de mis manos es cómo lo extraño.

Lo extraño...

1.3.12

... pero te recordé, de nuevo.

Todo ha estado controlado últimamente, demasiado tal vez, para pensar que es un pasado. Y hoy, de un momento a otro, ordenando cheesesticks me he acordado del primer encuentro. ¡Cuánto pude sentir ese día! Vuelvo a temblar sólo de recordarlo.

Creo que aún te quiero en mi vida.
Creo que sé que aún te quiero en mi vida.

Vuelvo a tener un pequeño ataque de pánico. Vuelvo a tener mil en este momento.

Y, aunque no quieras, mis brazos siguen aquí esperándote... a veces.

18.2.12

... pero te vi

En miles de sueños estabas ahí, incluso antes de conocerte.

Sé que eras tú... el problema es que tú aún no me sueñas. Tal vez tenga que esperar a que lo hagas.

Te mando un abrazo en el viento... o miles.

... pero ¿quién dijo que soy creativa?

Por cierto ¿quién me denominó "creativa"? ¿El título de la universidad?

No me lo creo... llevo 5 años graduada y aún no me como ese cuento.

... pero ¡qué difícil es ser Redactora Creativa!

El trabajo de una Redactora Creativa, termina resultando una camino contínuo lleno de trabas. Es maravilloso tener en cuenta la cantidad de palabras que conoces sin embargo, a veces, resulta que son muy pocas para poder expresar todo lo que quisieras. La búsqueda de inspiración empieza a resultar bastante fácil cuando comienzas a escribir lo que se te cruce por la mente en un minuto... a veces la encuentras en una canción, en otro escrito, en un cigarrillo o en una copa de vino. 

Resulta que cuando escribes te conviertes en un personaje. Te toca ser doctora, pintora, psicóloga, psiquiatra, profesora, prostituta, esquizofrénica, madre, hija, pariente cercano... todo. TODO. 

Empiezas a investigar no sólo los comportamientos del personaje del cual vas a escribir, sino que también empiezas a conocer los sentimientos. Empatía, le dicen. Problema, le digo.

Ponerse en los zapatos de otra persona empieza a resultar un problema personal. Intentas conocerlo todo, te desvías, te desvives. A veces termina siendo un romance con las descripciones de las emociones y a veces, como todo romance, termina creando una ráfaga de sentimientos oscuros que sólo te llevan a un hoyo negro por el que no sabes dónde salir. Me pasa constantemente que, cuando escribo, empiezo a hablar como mi personaje, a inventarme los diálogos en la noche, a mirarme en el espejo y actuar... y, de repente, ves cosas donde no debes verlas. Empiezas a perder el camino personal y cambias. 

Llegas a vivir todo el clímax de una historia que incluso, mientras la escribes, puedes terminar llorando frente a una pantalla o sonriendo por la picardía que te causa hablar de ciertos temas. Cambias. Es una especie de polimorfia donde no sabes si los sentimientos de tu vida real no son los que en realidad estás sintiendo o los está sintiendo tu personaje. Intentas descifrar todo y sólo llegas a una constante interrogación de quién realmente eres y qué realmente sientes.

Ser una Redactora Creativa es un problema... pero también es un gusto conocer a tantas personas que salen de mi imaginación... personas con las que, seguidamente, quisiera pasar muchas noches. Los zapatos a veces me quedan grandes, pero soy capaz de ponérmelos. 

No hay nada que me encante más que escribir. Ni siquiera el chocolate.

17.2.12

14.2.12

... pero me pidieron que lo escriba

Estaba ahí sentada en un columpio. Recuerdo las cadenas ya oxidadas por el tiempo y la humedad, su relajante chirrido que hacía en el momento que ponía al peso de mi cuerpo en línea recta, esa sensación de libertad y alegría, esos susurros que el viento le hace al cabello. Y el aire… el aire que se respira mientras el corazón se llena de adrenalina en el vaivén que realizas con las piernas.

Miraba mis zapatos, un poco sucios por el césped recién rociado por las nubes – me resulta bastante encantadora esa manía que tengo de mirarme los pies y moverlos como si corrieran en el aire, como si sintiera que uno de estos días le saldrían alas y empezaría a volar boca abajo por el cielo – el cabello suelto, revoloteando de arriba hacia abajo por la gravedad y mis manos, bien agarradas a las cadenas – por si acaso vuele, el despegue no podría ser tan brusco.

Mientras me columpiaba, llegó ella… mi maestra. Se sentó a mi lado con su mirada que mágicamente hace que abra mi corazón. No sé exactamente cuál es su poder extraño, pero logra sacar hasta el punto más pequeño que me perturba. Es la imagen del amor puro por la humanidad, esa mujer a la que abrazas y sientes que todo el corazón se recubre por un calor tan cómodo que quisieras echarte a dormir en sus brazos. Me sonrió como sólo ella sabe hacerlo – sólo pensar en ella me recubre el alma en este momento – y empezamos a conversar.

-    ¿Qué pasa, mi querida Michelle?
-    Lo de siempre… mi corazón.
-    Pero te veo muy bien.
-    ¿Sí? Porque no me siento tan bien…
-    Mira cómo te columpias…
-    Lo sé, es para dejarme llevar, no sé, olvidarlo todo.
-    Y ¿qué quieres hacer?
-    Volar…
-    Entonces, vuela…

En ese momento me atreví a mirarla nuevamente, le sonreí y tomé el impulso más grande que cogí alguna vez en mi vida y, cuando el columpio llegó al punto más alto, salté… y empecé a volar.
Recuerdo cómo su voz permanecía conmigo – sé muy bien que en los momentos difíciles, ella siempre está, protegiéndome – y me dirigía mientras volaba entre las nubes. Salté en un par de ellas, mordisqueé otras, incluso podía meter mis manos entre ellas y jugar a encontrarlas en ese espesor agradable. Estaba jugando como siempre soñaba hacerlo cuando me subía a un avión y miraba por la ventana. Veía como mi vestido naranja – ella siempre me dice que lleve ese color… a mí me da hambre – se enredaba en mis piernas por la rapidez y como, otras veces, se alzaba y yo simulaba ser Marilyn Monroe. Estaba olvidando todo… incluso regresar.

-    Mira hacia el frente
-    ¿Tengo que ir allá?

Logré divisar a lo lejos una especie de templo celestial. Podría incluso sentir cierta apatía por entrar en él – Dios y yo no hablamos hace mucho tiempo sobre asuntos importantes – pero qué más da. Tenía que enfrentar lo que me estaba pasando.

El piso de mármol desprendía el olor del shampoo con que lo habían trapeado, todo era muy blanco, demasiado para mi gusto, sin embargo las puertas gigantescas de vidrio con marcos color plata me producían el sentimiento de familiaridad y sencillez. Me quité los zapatos y vi mis pies – ¡volvía esa fascinación! ¿Cómo algo tan normal me hacía maravillarme y sonreír al hacer un pequeño baile descoordinado con mis dedos? – toqué el piso helado, me arreglé el vestido e hice para atrás mi cabello con mis manos pensando que lograría peinar al menos esos mechones que se colaban en mi cara. Me acerqué a la puerta, toqué la manija por tres segundos y la abrí.

El olor a sándalo entraba por cada espacio que el aire tocaba, recordaba esa canción que dice “Your skin smells lovely like sandalwood” y sonreí – esa canción fue una de las primeras que dediqué a alguien importante en mi vida, por la letra – y ese olor a valle, a hierba fresca, a montaña, me hizo sentir en casa. Me asombré al no ver altares – en mi mente, podía pensar que era una iglesia o, al menos, se veía como una – di un par de vueltas por el pasillo enorme que había detrás de las butacas de madera que brillaban. Tenía tantas ganas de bailar y darme una media luna aunque en realidad no sepa ni siquiera cómo era la posición de los brazos al hacerla… y lo vi.

Estaba ahí su pelo oscuro entre tanta claridad. Estaba silencioso, como rezando o pidiendo perdón… y ella me dijo “acércate a él, lo necesita”.

Titubeé al comienzo ¿cómo podía acercarme a alguien que me había hecho tanto daño en tan poco tiempo? Y ¿qué hacía ahí? Entonces empecé a dar pasos cortos, descoordinados, a veces incluso sintiendo que estaba retrocediendo, hasta que lo alcancé. Su mirada se encontraba fija en el techo, como si este lo estuviera regañando y, podría jurar, que vi sus manos empuñadas para no dejarlas temblar. Temblorosa, también, me senté a su lado.

-    Hey – dije con esa voz que suelo tener al hablarle a un niño, llena de amor y tristeza por no poder hacer nada.
-    Hey – me contestó, con la voz que suele poner cuando quiere agachar la cabeza
-    ¿Qué haces aquí?
-    Me perdí…
-    ¿Te perdiste? ¿hacia dónde ibas?
-    No sé – pausa – creo que me llamaste.
-    Sí… tal vez mi corazón te llamó… lo siento
-    No. ¿Qué pasó?
-    Tú pasaste. Tú pasaste y cosas me pasaron después de ti.
-    Cuéntame…
-    ¿Sabías que me enamoro de almas?
-    ¿Cómo funciona eso?
-    Inexplicable, en realidad. Es ver a una persona, ver su interior. Sus miedos, sus locuras, el amor que está dispuesto a dar y recibir, su tristeza, su felicidad con cosas simples… son miles de cosas que no se ven, hasta que las ves. Es como cuando oyes a un niño pequeño reír, reír mucho. Es sentir que el corazón se te hace pequeñito y luego, se ensancha con cada segundo que respiras mientras oyes la risa. Sé que es una tontería, pero me pasa… siempre.
-    ¿Te pasó conmigo?
-    Sí… contigo y miles de personas más. Me pasa que siento que todo el mundo idealiza el amor, lo ven como un algo maravilloso que te hace flotar… pero lo ven. No lo sienten. Estamos tan acostumbrados a creer que las películas lo saben todo o que los libros nos podrán guiar a ese sentimiento, pero nadie se da cuenta que está en todas partes; que sales de tu casa y te encuentras con una sonrisa sincera y ahí está… entonces, cuando te conocí, conocí a tu alma… y la amé.
-    Poco tiempo para amar…
-    ¿Necesitas tiempo para sentir? Creo que es una ridiculez. Es una emoción, instantánea. No necesitas planificar cómo amar a una persona, simplemente lo haces porque sí, porque lo sientes y no hay que pensarlo. Te amé, así, como eras, como eres. Te amé porque quise hacerlo y porque vi en ti algo diferente. Vi en ti una luz que no terminaba de alumbrar y quise tocarla. Cuando la toqué y brilló… me apartaste.
-    Sé que fue así – hubo una pausa y un par de respiros.
-    Te amo por quien eres, pero no puedo retenerte. Yo puedo volar y sé lo que es amar cosas simples en un instante. Me enamoro de la vida, me ilusiono con los momentos, pero amo, siempre. Tú aún no… y deberías aprenderlo. Sin mí.
-    Gracias…
-     Aquí y ahora te dejo ir, por tu propio bienestar y el mío. Yo te amo como eres y quiero que seas y hagas como tú quieras… yo ya no quiero que seas o hagas como yo quiero…

Y desapareció.

Un par de lágrimas brotaron de mi ojo derecho – es el que suele desprender lágrimas con facilidad – mientras miraba hacia la pared blanca que tenía en frente. Respiré un par de veces y entro ella.
Me acarició la cabeza con la yema de sus dedos, como suele hacerlo cuando quiere que me despierte. No necesitaba describirle cómo me sentía, ella tiene también esa magia de saberlo todo antes que lo diga. Suspiró y me abrazó. Después de un largo silencio y los abrazos llenadores, salimos hacia el cielo abierto, me atreví a quitarme las dudas y a ponerme los zapatos.

-    ¿Por qué vine aquí?
-    ¿No sabes qué es este lugar?
-    No… ¿debería?
-    Preciosa, este es tu corazón. Te da miedo enfrentarlo cuando lo ves desde afuera, te da miedo entrar en él y descubrir lo que tienes guardado… pero, cuando entras, ves lo mucho que disfrutas viviéndolo, enfrentando cada cosa que está ahí, reconectándote con la niña que vive ahí dentro, que juega y se deja maravillar por cada cosa. Todos tu amor está aquí dentro… y por más que a veces te sientas destruida, puedes ver que siempre se mantiene como nuevo porque, en cada oportunidad que se te presenta para amar, fortaleces los cimientos, lo limpias completamente para esa nueva persona que va a entrar y, por más que te hiera, tu amor no se acaba, no dejas que se acabe… porque sabes que un lugar tan lindo, no puede dañarse por personas que no saben cuidarlo.
-    Y si se van esas personas ¿volverán algún día?
-   Una vez que abres las puertas del corazón, nunca las cierras… eso es lo que tienes que valorar. El perdón te hace ser quien eres y podrás serlo mientras mantengas esa pureza que a muchos les hace falta. He visto lugares oscuros, construcciones viejas y sucias, pero es la primera vez que veo un lugar así… y es como cuando encuentras un lugar que te da paz… si te vas por decisión propia, siempre querrás volver.
-    No quisiera que nadie se vaya…
-    Pero no puedes retenerlos…
-    Lo sé… pero harán falta.
-    Algún día todas esas butacas estarán llenas de todas esas personas que se fueron. Eres fuerte y este lugar es perfecto. ¿Por qué crees que aún te busco para que vengas a verme?

Y me desperté.
 
Yo pensé que yo los buscaba... pero había sido todo lo contrario.

Nota: Esta historia es real. Es tan real como mis sueños. Fue una de las visualizaciones que tuve hace poco en una meditación. Esta mujer maravillosa existe y ella fue la que me dijo “escribe y publícalo”. Ella es la que me dio la fuerza para amar en los peores momentos y sobretodo me enseño a amarme a mí misma. Este hombre existe – está reflejado en todos los hombres que he amado. Y esta niñez también existe… a ver si algún día la encuentran en su interior y se dedican a dar amor. Por más que sientan que tocan fondo, que nada podrá sacarlos de ahí… el amor es lo único que puede dar el abrazo más sincero; enamórense de las almas porque, cuando estén solos y recuerden a esas personas que entraron en su “templo” (no los momentos vividos, sólo la imagen de la persona) harán que una sonrisa se dibuje en su cara… y no hay mayor tranquilidad que una sonrisa en los momentos más duros.
Los amo… aunque no los conozca.

13.2.12

... pero te mando un abrazo

Quisiera darte un abrazo que te llene el alma. De esos que suelo dar por impulso... simplemente lanzarse al cuello y abrazar fuertísimo. Mis impulsos de niña podrían seguir metiéndome en problemas... pero es lo más sincero que tengo ahora. 

Un abrazo. De gol, de niña, de felicidad, de corazón :)


12.2.12

... la carta que nunca llegará (al menos no esta noche)

(esto de temblar al escribir, se está haciendo una costumbre bastante fastidiosa).

Todo el último año pasé huyendo de hombres que intentaban salir conmigo. Nadie me interesaba lo suficiente como para arriesgarme a perder el control sobre mí misma. No sé exactamente qué tipo de magia pudo haber tenido él, pero lo logró en muy poco tiempo. Y eso fue desde las últimas veces que lo vi... no podía evitar sentirme tan atraída hacia él. Recuerdo tan bien en aquel momento en que luego de un abrazo de saludo se quedó con mi mano y yo empecé a temblar. Creo que esa noche le dio paso a todo lo que prosiguió.

Hace un mes comenzó todo... un mes exacto. ¿Quién diría que un viernes 13 podría traer tanta suerte? - al menos suerte momentánea. 

Recuerdo haber llegado a su casa. No sé si él habrá notado la fuerza con la que mi cuerpo temblaba. Eran nervios ¡horribles! Podía decir que era frío... pero no temblaba el cuerpo completo... sentía que temblaba por dentro. Era súper raro sentir casi que el corazón está dando saltos y hace que todo tu cuerpo sienta un nerviosismo indescriptible, no podía ni hablar. Tal vez eran señales que debí reconocer antes. Había mentido en casa por estar ahí y, al verlo, sabía que cada mentira que pude haber inventado valía la pena. No puedo recordar exactamente cómo pasó, incluso puedo decir que lo que estábamos viendo era lo menos interesante en ese momento... estaba tan atenta de lo que podía pasar, de mis movimientos, de que no se note lo nerviosa que estaba. En realidad no quería pasar por idiota... pero es como cuando quieres que pase algo tanto, por tanto tiempo y al fin lo logras. Ese sentimiento, es increíble pero al mismo tiempo, aterrador. Es a lo que llamo "el miedo rico". Creo que fue lo que me pasó con mi primer novio, algo muy parecido... pero esta vez pude ver que era más real y largo.

No puedo negar que él se encargo de hacerme sentir bastante cómoda, incluso puso un par de cosas para hacerme reír - la risa dispersa al miedo - y logré dejar de pensar y dedicarme a vivir lo que estaba pasando. Él creo que no se daba cuenta de la admiración que le tengo, sin embargo trataba de enlazar frases que me hagan asustar ¿todos tenemos esa tendencia de gritar de alguna forma "huye mientras puedas"? Pero yo no quería. Nunca quise. Me interesaba demasiado como para pensar por un segundo si quería o no estar ahí. Fue cuestión de un beso para saber que no tenía ganas de moverme de su lado, e intentaba estirar el tiempo de las maneras más estúpidas, pendiente de la hora, calculando el tiempo que me quedaba; calculando cuántos besos entraban en un par de horas. Estaba completamente idiotizada por su voz al hablarme ¡qué bien se sentía haberme arriesgado!

Esa noche llegué a casa con el único pensamiento "pasó lo que tenía que pasar, no esperes nada más" y de repente me llega un mensaje de él preguntándome si todo estaba bien. ¡¿Por qué?! Todo hubiera sido perfecto si nada más se quedaba esto en conversaciones esporádicas, en encuentros casuales. Pero no. Empezamos a hablar más seguido y la verdad es que me sentía tan bien. Que él esté cerca y que pueda sentir que pensaba en mí, hacía que todos mis miedos se vayan. En algún momento habló de ciertas cosas que se veían futuristas y, la verdad, me asusté muchísimo más. Siempre he tenido ese problema con respecto al compromiso. No sé exactamente porqué... creo que es porque en realidad todas las personas me han fallado en algún momento y no confío en un "estaremos juntos". Hubiera preferido que el destino me sorprenda... y lo hizo. 

Nos volvimos a ver la siguiente semana. ¡Qué emoción de nuevo! Poder dejarme caer en sus brazos ya sin miedo. Poder besarlo sin tener que pensar en nada. Pero qué error, no fue así. Pensé demasiado. Mi inseguridad salió a flote. Me volví vulnerable y empecé a abrirme. El error fue abrirme más de lo que él podía aguantar en ese momento. Le mostré mi lado débil y no lo tomó bien. Sabía que era algo que no debía mostrar, sabía que tenía que mantenerlo en reserva, pero por andarme ilusionando con pensar en que no era un juego, dejé salir a la niña insegura que tengo dentro. La que siempre tiene miedo de que le hagan daño... Y entonces todo cambió. Pretendí ser fuerte en ese momento, hacer como que las cosas no me importaban y que todo iba a estar bien, pero al ver que él había dejado la comunicación a un lado, perdí el control sobre mí. Empecé a pensar en qué había hecho mal, pero quise (y quiso) convencerme de que todo estaba en mi cabeza, cuando en realidad no era así. Había cambiado. 

Perdí el control las siguientes semanas. Perdí totalmente el control al ver que se estaba alejando sin explicaciones. Hubiera sido tan fácil sentir que no habrían más oportunidades desde el primer momento, pero tal vez por no querer hacerme daño o no perder las esperanzas, lo mantuvo en silencio y trató de aguantar. El problema es que ni yo misma me aguantaba y él no tenía porqué hacerlo tampoco. Un buen "carajazo" hubiera servido. 

El problema surgió cuando me empecé a dar cuenta del pasado, del tiempo que llevaba interesándome, de lo mucho que lo quería conocer y de cuánto quería llenar ciertos vacíos que sentía en él. Puede ser que me haya equivocado, tal vez él está completamente lleno por dentro y yo intentaba darle más de lo que tenía. Empecé a pensar en que debía saber que yo estaba ahí, pero lo hice de las maneras más incorrectas, buscando que él también esté aquí para mí. Quería contarle que las cosas en mi trabajo no iban bien, que me estaba sintiendo mal, que necesitaba hablar con alguien (y claro, ese "alguien" era él). Necesitaba saber que no era culpa mía que todo se esté drenando por el caño y no me di cuenta de lo egoísta que estaba siendo, simplemente por no tener que andar con mis propias incertidumbres.

Al final, se cansó de tener que lidiar con mis preguntas. Creo que la forma en que yo las hacía y él las tomaba no estaban sincronizadas. Él las tomaba como un reclamo y yo las intentaba decir con las mejores intenciones, pero claro... por medio de mensajes estamos siempre expuestos a la forma en que el receptor quiera tomarlos. No existen expresiones o tonos de voz que ayuden... pero no tenía más formas de decirlo. Esa es mi excusa probablemente. Al igual que las de unos mensajes que yo no escribí... pero eso ya es cuento de otra historia.

Sé que fui totalmente controladora cuando no debí serlo... cuando no tenía el derecho. Me dejé llevar por consejos que nunca debí seguir, por sueños que tenía recurrentemente, por miedos e inseguridades que sólo son cuestiones mías de resolver. Ahora que lo entiendo, ya es bastante tarde. El problema es que me quedé con tantas cosas por decir, que se me parte el alma cada vez que lo veo conectado. Quisiera tener el valor para borrarlo, pero no puedo ¿cómo podría borrar a alguien que considero importante? ¿a alguien que considero que vale la pena? Puede ser que esté bastante equivocada y más aún, bastante desesperada por poder dar explicaciones que él no me ha pedido... que, es más, sé que no le importan. 

Quiero pensar que en el futuro todo va a estar bien, que sus últimas palabras fueron porque lo cogí en un mal momento, harto de todo (incluyéndome a mí), que de repente un día me escribirá y que, sin ningún tipo de resentimientos, podremos hablar. El problema fue que lo empecé a querer y me ilusioné con ideas de lo que podía llegar a ser. Pero ya, en este punto donde sé que no hay vuelta atrás, simplemente me pregunto si estará bien. Necesito saberlo, sin embargo sería uno más de mis egoísmos volverlo a atacar con mensajes que no me llevarían a nada más que un bloqueo completo de su vida (si es que aún no lo ha hecho).

Lo siento. Siento haberme descontrolado y de alguna u otra forma haber dañado lo que podías pensar de mí. Siento haber perdido la cabeza por mis inseguridades, llevándote a un punto de fastidio. Siento haberte presionado, cuando lo que necesitabas era espacio. Siento no haberte dicho las cosas cuando tuve la oportunidad de hacerlo. Siento no haber sido fuerte. Siento haberte decepcionado... porque sí, eso siento, que te decepcioné. Creíste en mí, pero yo no creí en mí misma. Ojalá algún día pueda volver a darte un abrazo y sentir que aún hay un pedazo de mí en ti, porque te has llevado bastante de esas esperanzas y ganas que tenía de enamorarme de alguien que valga la pena. Y ojalá algún día podamos volver a hablar, aunque sea como amigos... aunque en este punto ya estoy dudando de todo. Sólo quiero volver a encontrar paz en mí, para no seguirme levantando con la culpa de que dañé algo que pudo ser, bueno o malo, pero que pudo ser. 

Y siento escribir esto... es la única forma en la que puedo hablarte sin tener contacto contigo.

Un abrazo al alma.


9.2.12

... pero... (suspiro) nada

Ese sentimiento que no es agradable.
Ese saber que no puedes hacer nada, cuando estás acostumbrado a manejar todo lo que más puede.

No está bien extrañar a alguien. No sus partes... ese alguien, completo.

30.1.12

... pero ¡qué mentiras dicen!

Porque te dicen que les gusta tu boca, pero al final no hacen nada por encontrarla.

Porque les gusta tu piel, pero no se acercan más a tocarla.

Porque les gustan tus manos, pero ya no quieren ver qué construyen.

Porque les gustas, pero se esconden.

¿Y si dejamos las mentiras para más tarde? ¿Y si mejor no decimos nada y simplemente convertimos todo el un acto sexual? Dejemos de ser tan hipócritas mientras decimos maravillas mientras al final sólo quieren maravillarse con una soltura de piernas.

Piénsenlo. Que algunas sí tenemos corazón. Pendejos.

... pero quiero dormir contigo

Hoy me has llamado al móvil, me has dicho que estabas fuera de mi casa y, en silencio, te he abierto la puerta.

Nos hemos escabullido silenciosamente a mi cuarto, he puesto el candado por si acaso y, en ese momento de pie, me he colgado en tu cuello. Me he quedado varios minutos en silencio, suspirando, acariciando tu nuca, oliéndote, sintiéndote y riendo cerca de tu oído.

Luego te miré, con esa mirada que temes, te dije "me encantas"... ¡Es que lo haces tan bien!. Atontada, casi muda e insostenible en el piso, logras sacarme de mi mente. Y tú, sonriendo con los ojos, marcando esos hoyitos creados por el cielo... Me atontas más.

Te has sentado en el borde de mi cama y yo, a tu lado. Conversamos un poco, otro poco nos reímos. He recogido mis piernas como suelo hacerlo, tú te has volteado frente a mí. Estuvimos un par de minutos, mirándonos, titubeando, tratándonos de acercar.

Entonces acercaste tu mano a mi cara, a mi pelo, a mi hombro. Mientras lo hacías, yo te acariciaba la muñeca y te miraba. No te quité los ojos de encima.

Me besaste ¡ay, cómo me besaste!. Uno de esos besos tan simples, tan cotidianos, tan llenadores. Quizás esperaba más, pero no lo necesitaba, fue perfecto. Sólo sentir tus labios sobre los míos, como una leve presión en la boca y una intensa en el pecho. Sonreír. Sonreíste.

Me paré de la cama, a hacer absolutamente nada, como escapando del momento, de las emociones. Y volví y estabas acostado. Y me enternecí.

Me senté nuevamente mientras tu cabeza reposaba en tus manos sobre un montón de cojines de todos los colores. Entre tanto verde, turquesa y rosa, lo único que resaltaba eras tú.

Hablabas y te escuché. Pasabas tus manos por cualquier parte de piel que alcanzaras.

Me recosté a tu lado. De espaldas para que pudieras abrazarme; pero primero recogiste un poco mi cabello para que no sean la barrera de tus susurros. Dijiste "me encantas" tan bajito, tan profundo, tan ensordecedor.

Rodeaste mi cintura con tus largos brazos, y yo posé mis manos sobre ellos, rogándote de manera implícita que no me sueltes. Y te acercaba a mí. Y me acercaba a ti. Y nos movíamos de una forma tan lenta para encontrar la comodidad antes de dormir.

Dijiste "nanit, mi ángel".

Dije "nanit, mi hombre".


Ven, cierra los ojos conmigo, porque mientras no estés a mi lado, disfruto imaginándote aquí.

... pero me habitas

Mi querido ausente:

Es tan extraño, tan ilógico. Me recuesto en mi cama para intentar conciliar el sueño y no lo logro.


Has devuelto la inspiración a mi vida. Ahora vuelvo a escribir diminutas líneas a cada momento, logro pintar de nuevo y canto, ¡y qué feo lo hago! Pero no importa...


Me he vuelto loca. Me has vuelto loca. 

Cada noche mi mente alterna caminos que me llevan a ti, desde un café, hasta un encuentro en la calle. Invento lo que te diría (que en realidad es nada, porque soy tan tonta que ni en mi cabeza te puedo hablar) y lo que tú me dirías (que resulta en realidad lo que yo quisiera  decir). Y es que de un día para otro me di cuenta que mi imaginación es mas divertida que dormir.

Y me río sola. Y te recuerdo. Y busco cualquier excusa para nombrarte, porque eres la causa principal para que mi mente vuele en este momento.

Eres esa cosquilla en mi barriga, esa mirada cómplice, esa media sonrisa (de esas que sólo sonríe un lado, porque no quieres que se note por completo). Eres la excusa perfecta para todo lo que quiero decir.

Saber que estas por ahí, escondido y que existe una pequeña posibilidad de toparme contigo, me llena de ganas cada día.

Dices que brillo y ¿acaso te has dado cuenta que eres tú quien me hace brillar?

Pues sí. Eres tú...

Hasta otra tarde, otra mañana, otro sin tiempo... mi ausente tú.

29.1.12

... pero recuerdo


Encontrarme con una actualización de estado en una red social recordé, primero, su nombre. Era de esos nombres que hasta el día de hoy me persigue, como si mi destino me dijera “vas a terminar con uno llamado así”. Y volví a esa historia que aún me cuesta olvidar.

Era muy pequeña cuando lo conocí. Probablemente tenía unos 14 años y viví, por primera vez, la intensidad del amor no correspondido. Lo conocí dentro de un cine, con su uniforme de educación física y yo, con el mío. Habíamos quedado en salir en grupo de amigos y fue bastante agradable. No puedo recordar la película que daban aquella tarde, estaba demasiado concentrada en esa primera salida juvenil que marcaba el campo abierto para las relaciones inocentes.

Mi mejor amiga estaba enamorada de su mejor amigo y, claro, ¿qué más quedaba que ser la alcahuete? Era un tipo popular en mi colegio, a pesar de que no estaba en el mismo y no porque haya sido guapo, sino porque pertenecía al grupo de los guapos. Me lo presentaron y desde ese día quedé muerta por él.
Su cuerpo era bastante ancho y alto. Era el real “big and tall”, pero de una forma muy agradable. Tenía una cara de osito de peluche con una sonrisa deslumbrante. Me encantó la primera vez que lo vi sonreír (que no era muy a menudo).

Y descubrí sus ojos. Cafés, pequeños y tristes. Podía ver en él la necesidad de sentirse tomado en cuenta y yo queriendo tanto darle atención. Pensaba que se enamoraría de alguna de mis amigas – siempre me pasó que yo era el patito feo – pero no. No estaba enamorado de ninguna. Para él simplemente eran sus amigas. Fue cuando decidí acercarme a conocerlo más y más, y que me conozca como soy.

Con el tiempo logramos mantener una relación de amistad bastante cordial y bastante recíproca en cuanto a consejos de la vida. Pasábamos algunas noches conversando por miles de horas y podíamos haber permanecido hablando el uno con el otro, decidiendo qué hacer con nuestras vidas; hasta que un día empezó a hablarme de que alguien le gustaba.

Podía darme cuenta en nuestras conversaciones de que tenía la seguridad destruida. Sus ojos tristes también me lo decían y yo quería ser quien le dé la alegría de sentir. ¡Estúpida niña ingenua que piensa que puede dar amor a todas las personas que piensa que lo necesitan, sin ella salir herida!

Me contaba de esta niña que había conocido y que estaba enamoradísimo de ella. Me dolía muchísimo tener que escuchar cómo sufría por ella, cómo quería estar a su lado… y me dolía más aún que no vea que yo quería estar ahí, con él. Hasta el día que me armé de valor y se lo dije. No sé exactamente cómo ni lo que sentí. Sólo sé que fue muy educado al recibir mis cumplidos y nunca tomó la iniciativa de alejarse. Me gustó bastante cómo tomó las cosas y cómo yo las tomaba también. Pensaba que, esperando un poco, tal vez se diera cuenta de las cosas que podía encontrar en mí. Nos seguimos viendo como amigos, en grupos grandes, hasta que tuve que alejarme de mis amigas por el dolor que estaba sintiendo mientras lo veía tratando de esquivar mi mirada que delataba todo lo que sentía por él.

Fue bastante doloroso perder a mis amigas, pero lo fue aún más cuando lo perdí a él.

Pasaron dos años donde no existía otro hombre en mi mente. Él podía pensar que eran ilusiones de niña pequeña, pero yo sabía que era mucho más. Eran sus ojos tristes a los que quería ver felices.  Hasta que al fin me contó que después de dos años, había conseguido estar con esta niña. No sé qué tan feliz fui de poder pensar que la tristeza de sus ojos al fin se iría, pero recuerdo haber dicho algo parecido a “luego de 2 años, al fin uno lo logró”. Yo refiriéndome a él con ella y yo refiriéndome a mí con él.

Recuerdo con el tiempo haberlo visto con esta niña, pensando en que era un idiota, que ella no lo valoraba, que había estado con otros hombres antes que él y, más que nada, que era una niña boba. Bobísima. Tuve que mantener mi distancia, olvidarme de ir a sus cumpleaños y los de sus amigos, olvidarme que él existía… pero en el fondo, aún permanecía loca por él.

Pasaron los años, vi lo feliz que estaba y decidí mirar hacia otros lugares donde no estuviera él. Fue bastante difícil dejar de pensarlo tanto tiempo… y vi un anillo de compromiso. El mundo se me vino abajo.

Creo que esa noche que me enteré, lloré hasta el cansancio y no por amor, sino porque habían cosas que no entendía ¿cómo puede estar con alguien que no puede ni siquiera mantener una conversación por horas prolongadas? ¿cómo puede estar con alguien que su mejor cualidad artística era hacer dibujitos de niñitos felices con formas geométricas?

Se casaron. Aún están casados luego de años. Me lo he topado algunas veces y, la verdad, he intentado esquivarlo por todos los medios. Lo amé… lo amé tanto tiempo y no supo verlo… me dolía y, a veces, aún me duele. Pero al parecer está feliz y, aunque yo no haya sido parte de esa felicidad, era lo que quería que él lograra. Así que lo dejé ir, lo borré de todos mis teléfonos, redes y demás y me alejé.

Lo veo ahora y está feo... ya no es el mismo niño encantador que conocí. Ahora es un viejo, bastante gordo, formal y calvo en ciertos lugares de la cabeza. Ahora él ya no tiene que impresionar... y me veo a mí y no soy más el patito feo... Me he mejorado desde que me conoció, mi cara de mujer se ha acentuado, mi mirada ahora es mucho más dulce y mis ganas de amar son más intensas. ¡Cómo cambian los papeles! El sufrimiento del pasado me llevó a ser guapísima.

Hoy no sé porqué recordé toda esta historia. Es impresionante cuan absurdo pueden resultar los sentimientos evocados por un simple mensaje. Él está feliz, o al menos lo aparenta… al final, hay hombres que encuentran niñas tontas y dejan a ir a las artistas, porque saben que las artistas somos más intensas cuando se trata de amar.

26.1.12

... pero fue culpa del azúcar

Aún me sonrojo al leer esto... pero vale la pena.

Cuando el azúcar lleva la culpa

Llevaban poco tiempo de jugar a escondidas, intentando satisfacer las carencias cotidianas; sin saber si era bueno o malo, para ellos era una travesura, un desprendimiento de lo real, un desahogo ilimitado de caricias mentales que lograban aventuras fantásticas sin importar el momento.

Empezaron fantaseando con un café, hasta que se hizo realidad. Ella lo esperaba ahí, nerviosa, cohibida, con miedo de ser descubierta por la multitud de personas en un país extraño. No quería que su mirada reveladora susurrara su secreto en la mente de los demás. Un abrigo y bufanda que ni siquiera mostraran un solo espacio de su cuerpo. No sabía si salir corriendo de pronto, o simplemente seguir mordiéndose las uñas hasta que él apareciera. Entonces, esperó.

Al cabo de unos momentos, con la uña del pulgar derecho completamente destrozada por los mordiscos, lo llegó a ver de reojo – intentando que no se diera a notar sus ansias de verlo. Con unos jeans ajustados, una camisa negra con mangas cortas y gafas, abrió la puerta del lugar. Ella escuchó el chirrido de la puerta, suspiró para no sentirse nerviosa e intentó distraerse en lo primero que tenía en frente, el menú. Pero un suspiro no funcionó, fueron más sus nervios al sentir su olor como si estuviera ella clavada en su cuello. Tembló, y miró hacia el piso. Entonces fue cuando él posó la mano en la parte alta de su espalda, ella se remeció, alzó la mirada y le sonrió nerviosamente. Él la entendía, se sacó sus gafas, la saludó como a una persona más y se sentó frente a ella. Hubiera preferido que nunca se las saque, sus ojos mataban.

Empeñoso en no bajar la mirada y ella en no subirla, decidieron ordenar un café, uno de aquellos que hueles y entra el sabor en la piel; sin importar si llevaba azúcar, leche, crema o alcohol. Simplemente cumplir con la excusa que habían inventado para que se diera la oportunidad de verse un momento.

Empezaron a conversar de cualquier cosa y de nada a la vez, querían oírse, saber que lo que sucedía era real. Ella al fin se decidió a subir su mirada aunque, de vez en cuando, prefería bajarla cuando sabía que su cara estallaría con ese rubor que tanto la desenmascara. Trabajo, familia, amigos en común; risas, sonrisas, miradas cómplices que únicamente el mesero logró descubrir al pasarles la azucarera ya que, al intento de alcanzarlo al mismo tiempo, sus manos se tocaron y entre el leve estremecimiento de sus cuerpos, ella alejó la mano asustada y él lanzó una pequeña risa miedosa. Fue apenas un segundo pero los dos lo sabían muy bien: algo pasó, algo estalló. Quiero tenerlo.

Alguien los había visto. Lo que tanto guardaron, lo habían descubierto. Él, al darse cuenta de la incomodidad, le dijo seriamente revolviendo el café “¿salimos de aquí?”… ella alzó la mirada, con esa expresión que sabe hacer cuando está confundida y asintió con la cabeza.  Le dijo “espérame afuera, ahora salgo” y ella, tan obediente y sin preguntar, agarró sus cosas y salió. Ya en la puerta, encendió un cigarro para tratar de calmarse. Él salió, se puso sus gafas y le susurró cerca a su oído “apaga eso. Mi auto está en la esquina”. Caminaron sin mencionar nada. Caminaron los dos uno a un lado del otro, con una sonrisa estúpida al recordar lo que había pasado.

Subieron al auto, mirando a los costados asegurándose que nadie los vigilara. Y se fueron sin rumbo, a gastar gasolina mientras entraban en confianza. Era tan difícil creer que al fin podían verse, que respiraban el mismo aire, que sentían su energía alrededor. El calor empezó a recorrer el cuerpo de ella y decidió quitarse la bufanda y el abrigo que tapaban el escote poco revelador de su blusa.

Luego de unos minutos habían aparcado afuera de su casa. Apagó el auto, la miró fijamente y ella le devolvió la mirada con un poco más de inocencia e ingenuidad. Él suavemente puso su mano derecha en su nuca, acariciando con su pulgar el lóbulo de su oído y le plantó un suave beso en su frente acompañado de un “tranquila” mientras ella botaba todo el aire que había retenido en sus pulmones desde el café hasta ahí. Y salieron.

Él abrió la puerta de su casa y le dio una señal para que pase; entonces fue cuando, tímidamente, entró. Un pie tras otro, pasos como si estuviera en la cuerda floja. Sabía lo que se aproximaba, sabía en lo que se había metido y se permitió pensar  “y ahora ¿qué hago?, ¿qué digo?, ¿qué…” y el estruendo de la puerta al cerrarse bruscamente la hizo saltar del susto. Inmediatamente él la tomó por la cintura y la acercó hacia su cuerpo, dando un fuerte respiro, un comienzo de jadeo, le dijo al oído “hoy eres mía”.  

En un solo movimiento, la tenía ya arrinconada por la pared y sus brazos como si fuera una prisión. Ya no había miedo, no existían dudas ni motivos para pensar.  Agarró fuertemente el cuello de su camisa y lo acercó a ella. Y sucedió. Un beso que parecía detener el tiempo, donde ella se clavaba a acariciar con sus labios el labio inferior de él y el introducía su lengua suavemente en su boca. Su saliva tan espesa, sus narices tan cerca, les hacía falta el aire pero no las ganas. La condena había terminado cuando él introdujo su mano por debajo de su blusa, recorriendo desde el costado de su cintura hasta la parte baja de su espalda. Ella tembló. Él sonrió mientras no paraba de besarla y saborear los restos de cafeína que permanecían en su boca.

Con su mano izquierda, tomó su mano derecha, la elevó completamente y la pegó a la pared, presionando su cuerpo para que ella sienta su intensidad, sus ganas, su nivel de excitación. Paró de besarla para hacer un camino húmedo en su cuello, oliéndola, tanteando el terreno donde se debía detener y proceder a estimular. Al encontrar el punto exacto sobre el lado izquierdo de su nuca, ella lo apartó suavemente al encogerse de hombros por el cosquilleo y comenzó a explorarlo.

Mientras él acariciaba su espina dorsal con sus manos fuertes, rotando movimientos entre delicados para no dañarla y salvajes para no dejar de hacerse sentir deseada; ella empezó a besar suavemente la línea imaginaria que dibuja el camino que va desde su oreja hacia su quijada, haciéndose paso a su cuello, saboreando el olor que había desprendido desde que entró al café. Ya no podía más, ya quería sentirlo, ya quería saber su desnudez que tanto la atormentaba en sus sueños.

Empezó a desabotonarle la camisa, y antes de cada botón implantaba su boca en su piel, mientras sus respiraciones se tornaban más pesadas. Y llegó a su ombligo, donde jugueteó unos segundos con su labio y su lengua hasta que él, con su fuerza, tomo sus dos manos y las elevó nuevamente para quitarle la blusa que escondía un sujetador negro de algodón muy suave, con encajes muy pequeños en los bordes.  No pudo resistir la tentación y pasó su mano la mitad de su pecho, presionándolo y besando todo lo que encontrara en su camino. La acercó más a él y, al sentir los dos cuerpos ardiendo, la tomo de sus glúteos y la elevó. Ella lo abrazó con sus piernas y la llevó al sofá más cercano.

Sus piernas formando una V, y él en medio de ellas, jugaban con roces y movimientos que enciendan más la espera y las ganas. Paró un segundo, lo miró con deseo y empezó a desabrochar su jean, metiendo su mano hasta lo más profundo que pudiera y acariciando aquella dureza que quería explorar. Lo puso al descubierto y acercó su boca a su cadera.

Él la tomó del pelo, dirigiéndole el camino, pero ella se mantenía firme a la hora de jugar con él. Él reía, se encogía, intentaba mantener el control, pero ya lo había perdido desde que sintió el calor de su mano. Ella lamió sus labios y lo besó. Él empezaba a gemir, ella lo miraba, le gustaba tanto verlo disfrutar, viéndolo pasar su lengua por sus labios, tocándola y presionándola más hacia él. Hasta que interrumpió con un “ven”… y ella fue. La besó lleno de pasión, como si quisiera comérsela en ese momento. La tumbó en el mueble y le sacó su pantalón rápidamente, dejando sus bragas negras descubiertas, suaves como su sujetador.

Se acercó a su boca nuevamente, mientras con sus manos descubría las montañas en su pecho que revelaban el placer. Los besó, circularmente, mientras introducía su mano bajo su interior. Húmeda de placer, más caliente que el infierno empezó a hacer pequeños cosquilleos que los reveló el gemido, casi inadvertido, que soltó. Y bajó su boca hacia aquel pequeño punto que él ya conocía tan bien en una mujer; jugó con besos, presiones y movimientos circulares que llevaron al primer estremecimiento prolongado de su piel, a su primera explosión de placer, a su primer gemido real. “Me muero” pensaba ella… “la mato” pensaba él.

Sus cuerpos, ya desnudos, se convirtieron en uno solo. Entre empujones desesperados, gemidos incontrolables y palabras sagradas dichas a medias, ella recorría sus hombros y su cintura, empujándolo más hacia ella y él la elevaba con sus brazos y la apretaba mientras recorría las partes que podía con su boca.
Le clavó las uñas en su espalda, él los dientes en su hombro. Ella apretaba con sus manos uno de los almohadones del sofá, intentando controlarse, gemía, respiraba, lo miraba. ¡Qué cantidad de deseo sentía! Quería seguir, pero no podía… iba a estallar, aquella máquina que entraba y salía de su cuerpo le hacía sentir la gloria.

Él, al verla ya a punto de terminar, empezó a dejarse llevar y seguirla. Su jadeo era más pesado, sus ganas de apretarla eran más fuertes, sus manos ya no sabían donde recorrerla. Perdía la concentración hasta que ella dijo pausadamente en cada penetración “no… puedo… más…” y él tampoco pudo. Se hizo más rápido, más a fondo, más fuerte. Gritos, mordidas, estremecimiento de cuerpos simultáneos, marcaron el término de la llenura que sentían. Él río. Ella suspiró y se agarró la cabeza.

Se mantuvieron inmóviles, conversaron un rato, se rieron un poco de lo que había pasado y recogieron la ropa que había dejado el rastro del pecado tan exquisito en el que se habían sumergido.
Salieron de la casa, se treparon al auto y pararon en el hotel que la esperaba. Una leve caricia, un poco de pena, un adiós y ningún arrepentimiento. Se bajó y él se fue.

Él se reincorporaba a su vida, donde sabría que sólo la volvería a tener frente a un computador; mientras ella recordaría cada instante del día anterior por 14 horas, en un viaje de regreso. Ellos se convirtieron en el dulce placer de un instante, para una vida algunas veces, insípida.

... (sin título)

Estaba recostado el sobre encima del escritorio. Causaba un poco de arritmia, un poco de lágrimas y un poco de soledad. El fantasma de los sentimientos inmortales convertía el aire en misterio sin dejar espacio para la respiración de quien entrara.

Su perfume aún se alojaba en cada poro de las sábanas, sus cabellos aún se encontraban sumergidos en las fundas de almohada, su cepillo de dientes - aún húmedo - protegía entre sus cerdas los últimos rastros del mal aliento mañanero.

Las cuatro paredes parecían cohesionarse al relatar las ardientes historias entre ellas, historias que muchos vivieron pero nadie comprendía en realidad. Los portarretratos contaban anécdotas de una familia imaginaria que sólo existe en los cuentos de hadas: padres unidos, marido trabajador, madre abnegada e hijos graduados.

El escritorio relataba los miles de textos que fueron escritos sobre él, la silla simplemente escuchaba de manera muy cómoda, sin apuros, sin agotamientos.

El sillón de la esquina ahogaba su ropa que no había tenido oportunidad de guardar y el cojín reposaba en el suelo, un poco exhausto por el zarandeo de esa noche.

El reloj marcaba las 03h59 y los cigarrillos contaban la angustia de los últimos minutos de su existencia.

No existían más referencias de lo ocurrido, sólo existían razones para guardar silencio por un par de minutos y percatarse de que todo se había acabado.

A la habitación sólo le tocaba esperar para ver quiénes serían sus nuevos dueños, quienes crearían nuevas historias que contar... Quiénes, al fin, tendrían la valentía de ojear el testamento que escondía aquella vida tan llena de soledad.

...pero creo que fue mi culpa

Cuando yo era pequeña e iba a su casa, ella me daba su maquillaje para jugar. Entre polvos, talcos y cofres de madera oliendo a polilla, me divertía revolviendo las cosas en el piso, mientras ella se peinaba frente a una coqueta, en la que ella era más coqueta que dicho mueble. La sillita de hierro que tenía un asiento de pelusas verdes era la causante de mis mareos matutinos, pues no paraba de jugar en ella a que el mundo giraba como yo lo hacía. La cama pequeña era tan dura que cuando saltaba sentía que había caído en el mismo piso. El cuarto vacío de su lado era una bodega lleno de tesoros donde descubrí el espíritu de mi abuelo. Y el pasillo, tan lleno de mis pisadas mientras jugaba con mis primos a las escondidas.

Era mucho más que mi abuela… era mi abuelita. Peleábamos constantemente por el asiento delantero del carro, la música tenía que ser la que yo quería escuchar, los gritos eran muy fuertes en las peleas; pero los abrazos eran los más llenos de amor. Siempre me sentaba en la sala, donde ella no me dejaba tocar la muñeca de porcelana, mi muñeca favorita, porque la podía romper; pero ella la tomaba con sus manos frágiles, le daba cuerda y empezaba a bailar. El Sustagen de fresa que tomaba por sus vitaminas eran mi dulce favorito… ese sabor nunca lo olvidaré.

Pasaron los años, ya era una niña grande… pasaron muchos años. El teléfono no paraba de sonar aquella noche dentro del hospital. Ella se encontraba en un sueño intranquilo, donde sus quejidos eran la única señal de vida. Sus 84 años ya no eran 84 sino que parecían interminables… como las horas.

Vestida con una bata azul – esas batas que te dan los hospitales –, su cabello grisáceo reflejaba aún un poco la oscuridad de su sufrimiento. No podía más y yo no quería más. Vomita una vez, vomita dos, vomita diez y ¿qué podía vomitar si no comía? El doctor había comentado con unas palabras crueles que su vida estaba terminando poco a poco, que al fin podría estar en paz, “le damos una semana” así de simple lo dijo. ¿Qué sentiría ese imbécil si yo le dijera eso sobre su abuela?

Mi nieta favorita… Michelle… mencionaba siempre de manera entrecortada cuando me miraba con sus ojos azules llenos de amor. Quería parar el tiempo y tal vez así parar de llorar. Noche tras noche las visitas eran parte de la rutina que no aburre pero abruma. Me dejaba caer débilmente en la cama donde ella descansaba para envolverla en un abrazo antes de comenzar a hacer los deberes para el día siguiente.

Cansada ya de tantos problemas… que los riñones, que el hígado, que el corazón; me senté en el patio que estaba a un lado de la pieza y empecé a mirar al cielo. “Quienquiera que seas… ya sánala o mátala, pero no la hagas sufrir más… no me hagas sufrir más”.

Ring. Cinco de la mañana sonó el teléfono. Me levanté y mi mamá no estaba, sentí que había perdido a una de las personas que más amaba. “Mi vida, vístase para ir al colegio; su mami se fue a ver a su abuelita que falleció” dijo mi papá.

Respira.
Respira de nuevo.
Trágate las lágrimas.
Respira.
Necesito sentarme.

Me senté y todo pareció bien. Pero dije que no, que la quería ver, que no iba al colegio.

Me llevaron al hospital y la vi. Sus mejillas aún rosadas, su pelo grisáceo tenía en las raíces cerca de la cara un tono piel debido al sobremaquillaje que utilizaba porque casi no veía, sus labios rojos y su vestido morado. Estaba hermosa… una hermosa con ojos cerrados, y para siempre.

Le di la mano, la besé en la frente y acaricié su cabello.

Se fue, pero antes de irse me dijo mi nieta favorita, Michelle. Eso bastó. Adiós abuelita, te amo.

Resulta que con el tiempo, cada año, fui recordando más detalles… pero ella ya no estaba para compartirlos. La muñeca azul de porcelana y sin cabeza – porque al final la rompí – me mira desde una repisa y de vez en cuando suena sola, la bata del hospital descansa en el último cajón de mi closet que alberga su olor. La cajita de madera aún se llena de polilla y el Sustagen ya no tiene el mismo sabor de antes. Mi vida ya no tiene el mismo sabor de antes.

Creo que fue lo mejor, no me arrepiento de la petición que hice… pero cada noche vuelvo a preguntarme ¿realmente me hizo dejar de sufrir? La extraño… aún después de 15 años.

... pero es necesario

TÁCTICA Y ESTRATEGIA

Mi táctica es
mirarte
aprender como sos
quererte como sos

mi táctica es
hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible

mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos

mi táctica es
ser franco
y saber que sos franca
y que no nos vendamos
simulacros
para que entre los dos

no haya telón
ni abismos

mi estrategia es
en cambio
más profunda y más
simple
mi estrategia es
que un día cualquiera
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
por fin me necesites

Mario Benedetti 

24.1.12

... pero quise escribir(te)


Te voy a escribir un cuento que no es para ti.

Te voy a escribir algo como yo: a veces profundo, a veces absurdo. A veces brusco, otras un poco desordenado y siempre impulsivo. Te quiero escribir una serie de palabras incoherentes que se olvidan cuando las lees. Porque son como tú. Y como yo. Inexistentes, pero reales.

Y tú que prevaleces. Y yo que desvanezco. Y nosotros, una historia que se llena de miedos y fantasías que suelo contarle a mis paredes cuando no pueden escucharme, porque si me escucharan podrían no confiar en mí nunca más. Y es que soy temerosa, pero no cobarde; porque me rindo, pero nunca me doy por vencida.

Es un tú, de boca torcida, exhalando palabras que desnudan más que los ojos de los santos. De manos iluminadas que hacen obras maestras con rapidez y engaño. De ojos pequeños que ven más allá de sus párpados cerrados. De un cuerpo casi tope, adolorido, que proyecta al niño que quiere vivir. De pensamientos profundos que hacen sentir, a quien las escuche, como un ser pequeño. Pequeño.

Un tú que enseña a leer cosas que están escritas en los márgenes de la piel. Que no entiende de excusas y promete siempre una conclusión. Un tú que evalúa algo mucho más que una sonrisa de dientes perfectos y un maquillaje natural. Que ve la simplicidad de las cosas y se convierte en cómplice de aventuras imaginarias. Un tú, que me saca de mi cabeza para querer entrar en la tuya, sin miedo ni prejuicios. Que me incita a leer, a querer, a vivir.

Un tú que apenas conozco y ya está aquí.

Uno, que me hace dibujar cada beso mientras converso con el techo, que me hace sentir que la almohada es un hombro, un hombre, donde me apoyé alguna vez. Una expresión de cabeza inclinada que me hace leer los silencios de la piel y memorizar cada acción sólo para imaginarlo cada noche.

Un tú que me recuerda una guerra pacífica en los labios; una guerra que hiere, que mata. Y estamos en cada extremo sin poseer ningún bien material que permita un intercambio. Sólo tenemos nuestras ideas, nuestros sentimientos emergentes que estallan, a veces, con la fuerza necesaria de la pólvora y el roce que causa la llama. Un tú que me quema con tal agrado, que me cubre del frío innecesario de la madrugada. Un tú que sin decir nada, puso en mi vida notas musicales que sólo logran dejarme con la respiración desgastada.

Y te escribo, buscándote. Y te encuentro, perdiéndote.

Y te alcanzo, aunque siento escapar. Busco obstáculos y me permito crearlos. Pero te siento cerca y quiero esquivarlos. Y camino entre las cuerdas flojas y los dedos firmes, con pasos en falso y ojos cerrados. Porque puedo. Porque quiero. Porque decidí hacerlo.

He perdido la opción de no querer que estés aquí. Y digo perdido porque por más que la busque, no la quiero encontrar. Tal vez se me escapó en una nota que fue capaz de encontrar mi pensamiento. Tal vez la perdí entre tu sabiduría y mis ilusiones.

Y así, cada noche me quedo estática, dibujando en mi mente los retazos de la boca torcida. Una boca que, en mi mente, permanece inquieta, queriendo besar cada espacio de piel al descubierto, queriendo explorar y dejar un cosquilleo en cada lugar que roza. Una boca capaz de decir las peores cosas sin miedo a la culpa.

Y empiezo a perder el control mientras recuerdo las últimas notas, las últimas palabras. Y entro en los impulsos de desesperación que sólo logran ahogar mi propia mente. Y pierdo el control. Y escribo, porque es mi forma de crearte. De creerte. Porque es la forma en la que, si te vas, no te irás por completo.

Así que déjame escribirte un cuento que no sea para ti, porque sólo nosotros sabremos que estás tú en sus palabras.