14.2.12

... pero me pidieron que lo escriba

Estaba ahí sentada en un columpio. Recuerdo las cadenas ya oxidadas por el tiempo y la humedad, su relajante chirrido que hacía en el momento que ponía al peso de mi cuerpo en línea recta, esa sensación de libertad y alegría, esos susurros que el viento le hace al cabello. Y el aire… el aire que se respira mientras el corazón se llena de adrenalina en el vaivén que realizas con las piernas.

Miraba mis zapatos, un poco sucios por el césped recién rociado por las nubes – me resulta bastante encantadora esa manía que tengo de mirarme los pies y moverlos como si corrieran en el aire, como si sintiera que uno de estos días le saldrían alas y empezaría a volar boca abajo por el cielo – el cabello suelto, revoloteando de arriba hacia abajo por la gravedad y mis manos, bien agarradas a las cadenas – por si acaso vuele, el despegue no podría ser tan brusco.

Mientras me columpiaba, llegó ella… mi maestra. Se sentó a mi lado con su mirada que mágicamente hace que abra mi corazón. No sé exactamente cuál es su poder extraño, pero logra sacar hasta el punto más pequeño que me perturba. Es la imagen del amor puro por la humanidad, esa mujer a la que abrazas y sientes que todo el corazón se recubre por un calor tan cómodo que quisieras echarte a dormir en sus brazos. Me sonrió como sólo ella sabe hacerlo – sólo pensar en ella me recubre el alma en este momento – y empezamos a conversar.

-    ¿Qué pasa, mi querida Michelle?
-    Lo de siempre… mi corazón.
-    Pero te veo muy bien.
-    ¿Sí? Porque no me siento tan bien…
-    Mira cómo te columpias…
-    Lo sé, es para dejarme llevar, no sé, olvidarlo todo.
-    Y ¿qué quieres hacer?
-    Volar…
-    Entonces, vuela…

En ese momento me atreví a mirarla nuevamente, le sonreí y tomé el impulso más grande que cogí alguna vez en mi vida y, cuando el columpio llegó al punto más alto, salté… y empecé a volar.
Recuerdo cómo su voz permanecía conmigo – sé muy bien que en los momentos difíciles, ella siempre está, protegiéndome – y me dirigía mientras volaba entre las nubes. Salté en un par de ellas, mordisqueé otras, incluso podía meter mis manos entre ellas y jugar a encontrarlas en ese espesor agradable. Estaba jugando como siempre soñaba hacerlo cuando me subía a un avión y miraba por la ventana. Veía como mi vestido naranja – ella siempre me dice que lleve ese color… a mí me da hambre – se enredaba en mis piernas por la rapidez y como, otras veces, se alzaba y yo simulaba ser Marilyn Monroe. Estaba olvidando todo… incluso regresar.

-    Mira hacia el frente
-    ¿Tengo que ir allá?

Logré divisar a lo lejos una especie de templo celestial. Podría incluso sentir cierta apatía por entrar en él – Dios y yo no hablamos hace mucho tiempo sobre asuntos importantes – pero qué más da. Tenía que enfrentar lo que me estaba pasando.

El piso de mármol desprendía el olor del shampoo con que lo habían trapeado, todo era muy blanco, demasiado para mi gusto, sin embargo las puertas gigantescas de vidrio con marcos color plata me producían el sentimiento de familiaridad y sencillez. Me quité los zapatos y vi mis pies – ¡volvía esa fascinación! ¿Cómo algo tan normal me hacía maravillarme y sonreír al hacer un pequeño baile descoordinado con mis dedos? – toqué el piso helado, me arreglé el vestido e hice para atrás mi cabello con mis manos pensando que lograría peinar al menos esos mechones que se colaban en mi cara. Me acerqué a la puerta, toqué la manija por tres segundos y la abrí.

El olor a sándalo entraba por cada espacio que el aire tocaba, recordaba esa canción que dice “Your skin smells lovely like sandalwood” y sonreí – esa canción fue una de las primeras que dediqué a alguien importante en mi vida, por la letra – y ese olor a valle, a hierba fresca, a montaña, me hizo sentir en casa. Me asombré al no ver altares – en mi mente, podía pensar que era una iglesia o, al menos, se veía como una – di un par de vueltas por el pasillo enorme que había detrás de las butacas de madera que brillaban. Tenía tantas ganas de bailar y darme una media luna aunque en realidad no sepa ni siquiera cómo era la posición de los brazos al hacerla… y lo vi.

Estaba ahí su pelo oscuro entre tanta claridad. Estaba silencioso, como rezando o pidiendo perdón… y ella me dijo “acércate a él, lo necesita”.

Titubeé al comienzo ¿cómo podía acercarme a alguien que me había hecho tanto daño en tan poco tiempo? Y ¿qué hacía ahí? Entonces empecé a dar pasos cortos, descoordinados, a veces incluso sintiendo que estaba retrocediendo, hasta que lo alcancé. Su mirada se encontraba fija en el techo, como si este lo estuviera regañando y, podría jurar, que vi sus manos empuñadas para no dejarlas temblar. Temblorosa, también, me senté a su lado.

-    Hey – dije con esa voz que suelo tener al hablarle a un niño, llena de amor y tristeza por no poder hacer nada.
-    Hey – me contestó, con la voz que suele poner cuando quiere agachar la cabeza
-    ¿Qué haces aquí?
-    Me perdí…
-    ¿Te perdiste? ¿hacia dónde ibas?
-    No sé – pausa – creo que me llamaste.
-    Sí… tal vez mi corazón te llamó… lo siento
-    No. ¿Qué pasó?
-    Tú pasaste. Tú pasaste y cosas me pasaron después de ti.
-    Cuéntame…
-    ¿Sabías que me enamoro de almas?
-    ¿Cómo funciona eso?
-    Inexplicable, en realidad. Es ver a una persona, ver su interior. Sus miedos, sus locuras, el amor que está dispuesto a dar y recibir, su tristeza, su felicidad con cosas simples… son miles de cosas que no se ven, hasta que las ves. Es como cuando oyes a un niño pequeño reír, reír mucho. Es sentir que el corazón se te hace pequeñito y luego, se ensancha con cada segundo que respiras mientras oyes la risa. Sé que es una tontería, pero me pasa… siempre.
-    ¿Te pasó conmigo?
-    Sí… contigo y miles de personas más. Me pasa que siento que todo el mundo idealiza el amor, lo ven como un algo maravilloso que te hace flotar… pero lo ven. No lo sienten. Estamos tan acostumbrados a creer que las películas lo saben todo o que los libros nos podrán guiar a ese sentimiento, pero nadie se da cuenta que está en todas partes; que sales de tu casa y te encuentras con una sonrisa sincera y ahí está… entonces, cuando te conocí, conocí a tu alma… y la amé.
-    Poco tiempo para amar…
-    ¿Necesitas tiempo para sentir? Creo que es una ridiculez. Es una emoción, instantánea. No necesitas planificar cómo amar a una persona, simplemente lo haces porque sí, porque lo sientes y no hay que pensarlo. Te amé, así, como eras, como eres. Te amé porque quise hacerlo y porque vi en ti algo diferente. Vi en ti una luz que no terminaba de alumbrar y quise tocarla. Cuando la toqué y brilló… me apartaste.
-    Sé que fue así – hubo una pausa y un par de respiros.
-    Te amo por quien eres, pero no puedo retenerte. Yo puedo volar y sé lo que es amar cosas simples en un instante. Me enamoro de la vida, me ilusiono con los momentos, pero amo, siempre. Tú aún no… y deberías aprenderlo. Sin mí.
-    Gracias…
-     Aquí y ahora te dejo ir, por tu propio bienestar y el mío. Yo te amo como eres y quiero que seas y hagas como tú quieras… yo ya no quiero que seas o hagas como yo quiero…

Y desapareció.

Un par de lágrimas brotaron de mi ojo derecho – es el que suele desprender lágrimas con facilidad – mientras miraba hacia la pared blanca que tenía en frente. Respiré un par de veces y entro ella.
Me acarició la cabeza con la yema de sus dedos, como suele hacerlo cuando quiere que me despierte. No necesitaba describirle cómo me sentía, ella tiene también esa magia de saberlo todo antes que lo diga. Suspiró y me abrazó. Después de un largo silencio y los abrazos llenadores, salimos hacia el cielo abierto, me atreví a quitarme las dudas y a ponerme los zapatos.

-    ¿Por qué vine aquí?
-    ¿No sabes qué es este lugar?
-    No… ¿debería?
-    Preciosa, este es tu corazón. Te da miedo enfrentarlo cuando lo ves desde afuera, te da miedo entrar en él y descubrir lo que tienes guardado… pero, cuando entras, ves lo mucho que disfrutas viviéndolo, enfrentando cada cosa que está ahí, reconectándote con la niña que vive ahí dentro, que juega y se deja maravillar por cada cosa. Todos tu amor está aquí dentro… y por más que a veces te sientas destruida, puedes ver que siempre se mantiene como nuevo porque, en cada oportunidad que se te presenta para amar, fortaleces los cimientos, lo limpias completamente para esa nueva persona que va a entrar y, por más que te hiera, tu amor no se acaba, no dejas que se acabe… porque sabes que un lugar tan lindo, no puede dañarse por personas que no saben cuidarlo.
-    Y si se van esas personas ¿volverán algún día?
-   Una vez que abres las puertas del corazón, nunca las cierras… eso es lo que tienes que valorar. El perdón te hace ser quien eres y podrás serlo mientras mantengas esa pureza que a muchos les hace falta. He visto lugares oscuros, construcciones viejas y sucias, pero es la primera vez que veo un lugar así… y es como cuando encuentras un lugar que te da paz… si te vas por decisión propia, siempre querrás volver.
-    No quisiera que nadie se vaya…
-    Pero no puedes retenerlos…
-    Lo sé… pero harán falta.
-    Algún día todas esas butacas estarán llenas de todas esas personas que se fueron. Eres fuerte y este lugar es perfecto. ¿Por qué crees que aún te busco para que vengas a verme?

Y me desperté.
 
Yo pensé que yo los buscaba... pero había sido todo lo contrario.

Nota: Esta historia es real. Es tan real como mis sueños. Fue una de las visualizaciones que tuve hace poco en una meditación. Esta mujer maravillosa existe y ella fue la que me dijo “escribe y publícalo”. Ella es la que me dio la fuerza para amar en los peores momentos y sobretodo me enseño a amarme a mí misma. Este hombre existe – está reflejado en todos los hombres que he amado. Y esta niñez también existe… a ver si algún día la encuentran en su interior y se dedican a dar amor. Por más que sientan que tocan fondo, que nada podrá sacarlos de ahí… el amor es lo único que puede dar el abrazo más sincero; enamórense de las almas porque, cuando estén solos y recuerden a esas personas que entraron en su “templo” (no los momentos vividos, sólo la imagen de la persona) harán que una sonrisa se dibuje en su cara… y no hay mayor tranquilidad que una sonrisa en los momentos más duros.
Los amo… aunque no los conozca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario