26.8.17

... pero cruzamos miradas...


Cuando te despiertas un día y te preguntas “¿dónde estoy?, ¿quién soy?, ¿a dónde quiero ir?”, sabes que tu vida ya cambió de rumbo. Que aceptaste el pasado. Que lo dejas atrás. Y que es hora de perderte… porque es la única forma en que te lograrás encontrar.

Transcurridos algunos días, te pones emocionalmente inestable… ríes sin parar, sonríes por las mínimas cosas que te suceden… te sientes feliz. Sin saber porqué… te sientes radiante. No importa si estás despeinada, con la peor vestimenta, con el maquillaje corrido… hay algo en ti que te hace brillar. Y quién diría que es la propia vida susurrándote “estás cerca de encontrarte”.

Y así… llega un día que te dicen para salir y tú respondes un “¿por qué no? ¡vamos!” y vas… tal vez en el fondo un poco bajoneada porque sentiste que iba a ser un día cansado, lleno de cosas que hacer, llena de gente que no conoces, más que tu hermano y un par de amigos a tu lado… pero no importa. Vas a conocer algo más del mundo y te entusiasma la idea de socializar, de conocer un poco más de cultura, de apreciar el arte y de bailar al ritmo de cualquier canción.

Llegas al lugar. Un tumulto de gente entrando y saliendo… y tú, concentrada en tu camino. No miras a nadie, solo intentas no separarte del grupo y hacerte puesto entre la multitud… sigues avanzando, escuchas la música de fondo, escuchas aplausos, stomps en el piso, empiezas a menearte un poco mientras sigues buscando tu lugar. Y, de repente, una vocecita interna te dice “mira hacia arriba, mira a la gente”… y en un segundo, todo cambia.

Hace meses conociste indirectamente a alguien. Te habían hablado de él tantas veces, te habían recomendado conocerlo, es un buen chico, es guapo, hace esto, hace aquello, le han roto el corazón.

Y a él también le habían hablado de ti. Probablemente lo mismo, probablemente algo más. Así que se contactan virtualmente, pero con una interacción casi nula… conversaciones trascendentales. Likes van, likes vienen. Pero nada concreto. Así que los dos siguen con sus vidas.

Pero llega ese segundo… ese mínimo segundo donde, en medio de la multitud decides hacerle caso a tu intuición y mirar hacia arriba. Y cruzas miradas con un extraño – o al menos lo que pensabas que era un extraño – y te sonríe. Es él.

Dentro de tantos encuentros se habían escapado por cosas del destino, porque tal vez aún no era el momento… y hoy lo fue.

Se acerca, te mira con esa transparencia que solo tienen las personas sinceras, te abraza, te sonríe nuevamente y se dicen “¡qué lindo ya conocerte!”. Esa interacción de menos de un minuto, era lo que el presente te estaba guardando. Algo que no se te hubiera cruzado por la cabeza. Ese encuentro que esquivaron, hoy el destino dijo “no más”. Y no fue más.

Se despide con un gesto tierno sobre tu espalda, con un abrazo fuerte y una sonrisa enorme. Y no se vieron más.

Hoy, sin querer, conociste a este hombre y, aunque las probabilidades son muy pequeñas… hoy, de alguna forma, cambiaste.

Es impresionante cómo en un segundo cruzas miradas con alguien y, ese mismo segundo, cambia tu vida.

Como en un segundo, cambió mi vida. Porque las cosas no suceden por coincidencia... porque la vida te pone las cosas en frente solo cuando estás lista para recibirlas. Porque cuando sigues mirando hacia el pasado, nada del presente te interesa.


Somos ciegos por pasados inconclusos... y no nos damos cuenta de esas miradas que nos buscan, en medio de la multitud, en medio de la bulla, en medio de los problemas; esas miradas que nos buscan, para cambiarnos la vida y decirnos "ahora sí estás lista para ver todo eso que quieres recibir".

El presente siempre es oportuno y generoso. No lo desperdiciemos viendo hacia personas que ya nos dejaron atrás. 


20.7.17

… pero hablaré del suicidio (sin ediciones)

Así que ustedes con boca cerrada y mente abierta, porque hoy más que nunca, deseo desconocer a muchas personas que he leído. 

Actualmente me encuentro bastante desconectada de las redes sociales por una simple razón: necesitaba deshacerme de tanta mi**da que hay en estas. Todos creen que sus opiniones son las correctas, todos creen que pueden decir lo que quieran, atacar a quién quieran y salir ilesos. NO. Eso es comportarse como animales salvajes, llenándose la boca de una sarta de estupideces que no tienen argumento alguno más que “su forma de pensar”. Cerrados, hirientes, dañando más al mundo en que vivimos.

Y les cuento cómo me voy dando cuenta de que todo pasa por una razón. Hace un mes iba a escribir sobre este tema tan temido por la sociedad, y digo temido, porque el miedo nos hace repeler ciertos temas de los que no somos lo suficientes capaces de hablar. Por miedo. Por puro miedo. Por ignorancia sobre los temas. Por creer que uno sabe más que otro. Así que decidí mejor quedarme callada… pero hoy, justo hoy, en mi época de ausentismo, entro a una red social y me encuentro con el suicidio de otro gran artista. Chester Bennington – excantante de Linkin Park – alguien que con sus canciones me acompañó en momentos duros de la vida, justamente porque su música hablaba de finales, de adormecimientos, de tratar de encajar. ¡Cuánto lamento que ese haya sido el camino más idóneo para él, para que pase su mal rato!

Entonces, les cuento sobre lo que quería escribir hace un mes y hoy, al fin, encontré las agallas para hacerlo.

Hace un año y un mes exactamente, intenté suicidarme. Venía con un cúmulo de cosas en mi cabeza: la muerte reciente de alguien a quien amaba mucho, vivir en una relación que estaba con muchos problemas, casi un año sin trabajo estable, con mis insomnios recurrentes… y OJO, estaba conciente de que tenía un problema. ¿Qué tanta ayuda busqué? Toda la que me fuera posible, sin tener que preocupar a mi familia o amigos. Estaba con psicóloga, con mi maestra de Kabbalah, con terapia de imanes, con reiki, con grupos de apoyo… con todo lo que estaba a mi alcance. Leía artículos sobre lo que me pasaba, buscaba la forma de mejorar mis interacciones personales y nada me satisfacía. Busqué a un psiquiatra para medicarme… y pensaba TODOS LOS DÍAS “yo puedo con esto”… pero no podía. Son cosas que se te van de las manos aunque seas la persona más fuerte del planeta, porque toda persona fuerte sea una debilidad.

En ese momento que no funcionó mi intento de suicidio, me aterré. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué me quería hacer daño? ¿Por qué mi dolor no se acababa?... Quería tanto dejar de sentir que no servía para nada. Porque eso sientes, que por mucho que te esfuerces, no encajas.

En ese momento que me levanté de la cama y respiré… solo pude ponerme a llorar y a pedirle a la vida que me dijera qué debía hacer, para qué me quería aquí todavía, qué más puedo dar que aliviane todo lo que me estaba doliendo. Complicado, porque por ser hipersensible te afecta todo… te duele todo. Así que decidí enfocarme en alejar a las personas incorrectas de mi vida, acercarme a las correctas, contar mi historia a mis personas más cercanas y tratar una vez más.

Hoy, después de varios meses, entiendo… no puedes controlarlo. No es que no quieres, no es que no tengas la predisposición. Es que dentro de ti hay una vocecita todos los días que te dice “acaba con el problema de raíz” y la raíz era yo.

Pero querer morir no es algo que pasa de la noche a la mañana. Querer suicidarse (aunque sí creo que uno está pensando en sí mismo, en su bienestar y no de quienes lo rodean) es algo que toma días… años… décadas. No es que dices “bueno, estoy triste, hoy me mato”, sino que es una lucha constante, es una lucha en la que te levantas todos los días y dices “no me van a ganar estas ganas hoy”… pero a veces te gana… porque si todos los días peleas contra ello, solo basta de un pequeño empujón o sentir que causaste una pequeña decepción a alguien más y te lanzas al vacío, a la tumba, al final.

Si, si he sufrido de depresión no diagnosticada, porque creo que por el momento cuento con la información y ayuda necesaria para sobrellevarla cuando llega… o al menos cuento con mis soluciones que funcionan… normalmente se reduce al escapismo.

Pero hay días que te levantas tan cansada de todo y piensas que ya no das. Que esa milla extra que debes avanzar, que ese “un día a la vez” no es suficiente.

Para el suicidio no hay escape, porque las ganas están dentro de ti. Residen en tu cabeza y la única forma de arrancar esos pensamientos, es buscando motivación para seguir… y la familia no te alcanza, y los amigos no te alcanzan, y el dinero no te alcanza, y las terapias no te alcanzan… porque lo que sientes en ese momento es tan aterrador por lo que estás a punto de cometer, que un solo pensamiento feo, te quiebra.

Recuerdo hace unos meses atrás, una de mis mejores amigas habló con su hija pequeña sobre 13 Reasons Why. Recuerdo que al explicarle sobre el suicidio le dijo “eso hacen personas que tienen falta de carácter”. Quería tanto refutar sobre el tema (porque yo sabía lo que se sentía y ella no) pero decidí callar… porque la verdad era intentar convencer a alguien que no tiene el conocimiento o no lo ha vivido de cerca. Pero ahora si lo comentaré para ustedes (y no para refurtarle a ella) no es falta de carácter, es carencia de control sobre tus emociones. Es un dolor indescriptible. Es una angustia que te carcome por dentro y te hace llorar días porque quieres hacerlo por ti, pero te aguantas día a día por el resto… y no lo haces, pero sigues infeliz, sigues buscando motivos para no hacerlo… y si no los encuentras, ¡pum!

Y hoy entro a una red social y veo tantas críticas de gente indolente, gente que se perturba por las acciones personales de otros y juzgan. Por Di*s ¿hasta cuándo vamos a seguir juzgando a los demás? ¿Hasta cuándo vamos a decirles cobardes a la gente que lucha con esto día a día? ¿Es tan difícil comprender que un dolor interno es mucho más duro llevar que uno físico?

De las pocas cosas buenas que leí hoy alguien dijo “el suicidio va de la mano con la depresión”. Es totalmente correcto. He vivido de cerca 3 suicidios de personas cercanas. He vivido de cerca el intento de suicidio de más de 10 personas cercanas. He vivido el intento de suicidio… y por comentarios como estos, les juro que hay veces que dan ganas de matarse por la ignorancia que viven los demás.

Pero está mal visto, está mal enfocado. La gente que se cree fuerte, cree que su fortaleza se debe a que ellos nunca pasaron por eso por muchos problemas que tengan… que superaron las cosas de la manera correcta. Y que si el resto no lo hace así, entonces son unos cobardes porque debían haber tomado medidas y buscar ayuda. Pero insisto… a veces la ayuda y los intentos, no alcanzan.

Y fuera de religiones y demás estigmas sociales, ¿si lo intentamos de ver desde un punto de vista del humanismo?

Por ejemplo (y sí, sé que son cosas diferentes las que encontrarán en lo siguiente que escribiré): cuando alguien muere por “causas naturales” – sea cáncer, vejez, malfuncionamiento de órganos – es socialmente aceptable decir “es mejor que haya muerto, su cuerpo estaba sufriendo mucho”. Hablamos de un sufrimiento del cuerpo y por eso tenemos que aceptar la idea de que se haya ido es mucho mejor… ese es el consuelo de muchos cuando alguien deja de vivir por estas razones que causan un sufrimiento innecesario.

Pero ¿y si el sufrimiento es del alma? ¿O esa no sufre, acaso? ¿El alma no es capaz de sentir dolores tan grandes que no permite que sea justo pensar “es mejor que ya acabó su sufrimiento/dolor/monstruos”? Es válido. Es justo. Porque cuando uno está deprimido, te duele el cuerpo, te duelen tus decisiones, te duele el corazón, te duele la vida, te duele absolutamente todo Y NO SABEMOS MANEJARLO.

Con esto, ojo, no estoy diciendo que el suicidio debería ser aceptado (aunque también soy pro eutanasia), pero lo que si digo es que cuando hay dolor, hay dolor… y quieres acabar a toda costa con ello.

Por mi parte, cuando lo hice, no me consideré débil. No es que no lo pensé antes… llevaba meses pensándolo, batallando contra eso. No lo logré y entendí que aún me faltan cosas por hacer o que simplemente las dosis que me metí, no fueron las suficientes. Pero fue mi primer llamado de atención. Y que quede muy claro… una persona que intenta suicidarse y no lo logra, probablemente tenga las ganas de hacerlo otra vez.

Así que si conocen a alguien que haya pasado por eso, hay que estar pendientes, porque va a llegar un momento en el que no podremos hacer nada. Y no vaya a ser que salgamos con una cojudez tan grande de decir “qué pendejo, se mató”.

Seamos más concientes de nuestras palabras, pensemos antes de emitir juicios. Seamos más empáticos, más receptivos y demos más amor. Recuerden que la lengua castiga.

Que esas personas que hablaron hoy sobre temas que no debían hablar, pidan disculpas aunque sea al cielo… porque quién sabe qué tormentas les llegará a ellos o a sus seres queridos. ¿Acaso si uno de sus hijos se suicida va a decir “fue un cobarde”? Imposible. El dolor que sentirán, vendrá acompañado de culpa… y si hablaron, se quedarán con la jeta hinchada por haber dicho algo que tuvieron que pagar.

Ser honestos y expresar opiniones, está bien… pero eso no da el derecho de ser unos completos insensibles, burlones y críticos ante lo que pasa en la vida de los demás. Vidas que no conocen, problemas que no conocen, enfermedades que no conocen, motivos que no conocen. El mundo nos junto a todos para ayudarnos, comprendernos y no juzgarnos. ¿Nos vamos a demorar tanto en tratar de entender y hacer un mundo mejor? ¿O queremos seguir lanzando piedras a todos los que combaten con este pensamiento día a día?

Abramos un poquito el corazón. Si no sentimos pena, no lo sintamos. No estamos obligados a sentir nada por nadie, peor por desconocidos. Pero si estamos obligados a hacer de este mundo un lugar mejor. Así que cuiden sus bocas, traten de ser lo más amablemente posibles, porque quién sabe que la persona que se sentó junto a ti en la Metrovía está pasando por algo insoportable, te le portaste como un idiota y fue el detonante.

A cuidarnos. A mimarnos. A querernos y a buscar motivaciones los que pasamos por esto. Y los que no, a tratar de entender que no todos somos iguales, que todos tomamos caminos distintos y que no todos pensamos o sentimos lo mismo.


Hoy más que nunca les deseo que esa empatía la llevemos por dentro. Que el amor se despierte y que dejen de intentar cambiar a quienes juzgan. Hay verdades que solo se descubren viviéndolas.

15.6.17

... pero apunto a las estrellas

"Apunta hacia las estrellas", decías. La pasión que desbordaban esos grandes ojos, hacía que cualquier persona te admire... o entre en pánico. Sabías cómo mantenerte sin pestañear, parado erguido aún cuando todo a tu alrededor se movía. Temple, de caballero sin armadura. Tus miedos quién sabe cuándo y dónde los dejaste, porque vivías... con la furia y garra que a muchos les hace falta.

Hace poco recordé claramente cuando fuimos a una constelación familiar, empujados por la tía Piluca, siempre metiéndote con picardía a esos eventos que alimenten ese hambre de conocerlo todo. Yo reí... y lloré de la risa... y tú, sin quitarme la mirada de encima, también reíste... nuestras almas se comunicaron mucho más allá de las palabras, como sabiendo historias de otras vidas, probablemente en las que también estuvimos cerca.

Fuiste un maestro, y no solo de título. Sabías con certeza que los seres humanos no solo vinimos a pasar el rato, sino a descubrirnos... a crecer... a conocer... a vivir. Escuchar tus historias y tus enseñanzas, era hipnotizante. No solo sabías hablar, sino que eras capaz de conmover hasta a un témpano de hielo. Eras de los que pensaba que un último trabajo, no podía ser el último, porque podía ser perfeccionado. Demandabas a quienes te rodeaban que no se queden en lo que pensaban, que siempre metan más cabeza, que siempre metan más corazón, que siempre suban un escalón más, porque sabías que siempre había más por dar. Y es que así eras tú. Más que un excelente arquitecto, un artista... veías la belleza en todo lo que se te cruzaba, pero con esa sonrisa que tanto te costaba decías "puede ser mejor". Y con esa frase, muchos se impulsaron. Lograste abrir esa puerta de la mente que en muchas personas se mantiene cerrada... y una vez que se abría, sabías que no había retorno. Cambiabas percepciones, verdades... vidas.

Y fui una de las afortunadas. Y creo firmemente que en esta vida, no fue la única vez que me lanzaste un pincelazo a la cara. Me hacías saltar de cuadrado en cuadrado, hasta llegar al infinito. Me criticabas - a mí y a tantos otros - porque creías en mí. Dejaste tantas semillas plantadas en la mente de tantas personas, que me apena que no puedas verlo, pero me encanta poder ser testigo de lo que lograste. Hoy te lo digo, aunque a veces se me acorten las palabras por debilidades de mi corazón, eres el ser más sabio - allá disputen con mi abuelo - que conocí.

Hoy son dos años sin ti... y aún cuando paso por tu casa, siento cómo estás parado en el portal, guiándonos para ver dónde parquear. Aún recuerdo ese olor a cigarrillo mezclado con pintura que tenías, cuando llegaba a la oficina que tenías con papá, saliendo de ese estudio donde siempre un caballete estaba acompañado de sopletes o pinceles. Aún cuando preparo una sangría, recuerdo esos viejos y pillos trucos que tenías para que sin querer la gente siga tomando y emborrachándome. Aún recuerdo tu voz diciendo "Michelle, la guardia imperial muere pero no se rinde y tampoco se deja ver las costuras". 

Tengo tantos recuerdos atragantados en la garganta, que creo que si un día hablo sobre ti, no sé si me quedaría hablando por siglos o si los pasaría llorando. Siempre decías que mis escritos tenían mucha nostalgia... pues no he mejorado y menos aún cuando te recuerdo. Cuando te fuiste, algo en todos nosotros se fue... nos acostumbramos a tenerte cerca, un guardián de nuestras vidas.

Todos te extrañamos mucho, incluso papá siempre intenta sacar un recuerdo tuyo en cualquier conversación. ¡Qué vacío dejan las grandes personas! Puestos en la sala, en el comedor, en el medio de una conversación o de un trago amargo.

Te extrañamos... y sé que gracias a ti, toda esta familia apunta a las estrellas. Tal vez algún día en una de ellas, te logremos encontrar.

Un abrazo al cielo, mil besos llenos de pintura y un edificio lleno de aplausos porque fuiste, hiciste y viviste... con coraje... como viven los guerreros y caen los valientes.



Ojalá te llegue mi avioncito de papel. Hasta la próxima aventura, tío Robert. 


12.5.17

... pero vuelvo a despertarme para soltar.

Se me acaba el sueño con un ápice de inspiración... o más que de inspiración, de tristeza. De semanas y semanas de tristeza ajena. No sé exactamente a qué o quién estoy sintiendo... pero la empatía siempre se cuela, incluso cuando le dices "ya para de sentir lo que sienten los demás", te pierdes.

Cuando conoces la historia de personas, que nunca en tu vida has visto o conversado cara a cara, me siento parte de ellas... es tal vez parte de mi deseo de conectarme con la gente, parte de mi deseo de sentir que pertenezco... qué ilusa soy a veces.

Me despierto pensando en personas que, seguramente, luego de confiarme sus historias, apenas se acordarán de mí. Como me decía una profesora del colegio, siempre jugando a la abogada de los pobres. Y sí... es verdad, en esa valoración y amor que sientes por desconocidos, llego a tal punto de sentir que necesitan que hablen por ellos, porque estas personas no pueden. 

Hay dolor... hay tanto dolor ahí afuera que, a veces, prefiero esconderme en mi lugarcito seguro, donde nadie podrá hacerme derramar una lágrima por algo que no es mío. Pero se siente tan profundo que necesito de una u otra forma, sacarlo.

Y confío. Confío en que escribir es un medio con el que puedo llegar a lo más profundo de una persona. Confío en que mis palabras hacen temblar, temer y cuestionar. Confío en que mi trabajo es hablar por los que no les da la voz. Confío en que todos necesitamos a alguien que nos defienda, aunque ya seamos fuertes. 

Es muy irónico tener la intuición tan desarrollada, sin embargo me equivoco siempre con las personas... o tal vez al final si son lo que creo que son, pero se ponen una máscara. La de la dureza, la de "yo sí puedo", la de "no me molesta". Es impresionante cómo el ego nos hace perder esa vulnerabilidad que muchas veces nos vendría bien usar, para conocer nuestras emociones. 

Hoy, una vez más me retiro. Creo que dejaré que el tiempo me diga si al final, si una vez más me equivoqué en defender una causa. 

Seguramente será hasta que llegue alguien más a contarme algo... y yo tenga que alzar la voz de nuevo. Porque así soy. Terca. Enamoradiza. Apasionada. Un poco loca, un poco alterada. 

Ahora, pido un respiro de mí misma. Me perdí y es hora de encontrarme.

18.4.17

... pero me rindo

Y es que ya no sé qué más hacer. Ya no sé qué camino coger. Estoy en la nada, sintiéndome en la nada y, peor aún, convirtiéndome en nada.

Apago la computadora con el fin de desprenderme de las cosas que me recuerdan a ti, me aseguro de que las puertas de la casa estén cerradas, de que las cortinas estén abajo, de poner el celular en silencio.

Recorro una vez más la casa y sin querer te voy viendo en cada uno de sus rincones… cómo me gustaría a veces poder cambiar todos los muebles para no verte sentado ahí en ninguno de ellos.

Apago las luces, no es necesario preocuparme del televisor… desde que no estás, mi cuarto solo lo utilizo para dormir y darme celularazos en la cabeza. Todo me da vueltas… o bueno, no todo. Tú.

Me tomo la pastilla para dormir. Me acuesto. Me aseguro de que mis perros ya estén cómodos y listos para descansar. Cierro los ojos. Los abro. Los vuelvo a cerrar. Los vuelvo a abrir. Me provocan ahora tabacos a la mitad de la noche, tal vez porque con ellos recuerdo ese olor particular que me molestaba de ti.

Salgo nuevamente del cuarto. Prendo pocas luces, no quiero que los perros se despierten y enciendo nuevamente la computadora. Mi corazón está gritando tantas cosas que necesito sentarme a escribir. Soy así de impulsiva, lo sabes… y cuando escribo, lo escribo con el alma, sin pensarlo, sin editarlo, sin esperar que llegue a ti.

Intentar lo casi imposible, tratar de obtener esa cura para arrancarte a alguien de tu mente, de los infinitos finales y los escasos comienzos. Fresh start, pero no tan fresh porque ya estábamos medios podridos por dentro.

Entonces empiezo a escribir, tratando de que las palabras que van plasmándose se conviertan en el desahogo de toda la ansiedad que llevo dentro… tratando por un momento de aquietar todas esas risas y conversaciones que logramos tener.

Recuerdo tanto al hombre que eras, o al menos al que me imaginé. Ese siempre ha sido mi problema… a veces me pierdo en mis ilusiones y no veo la realidad. No eras malo, tal vez un poco imprudente… si hubieras sido malo, ni siquiera hubiera intentado buscarte o darte las señales para que me busques.

Pero hay cosas que son como son, es lo que tiene que ser, es lo que la vida te puso para aprender… aprender a valorarte… aprender a valorarme. ¡Pero qué jodido se pone todo a veces! Esperaría que fuera un domingo, por aburrimiento, que pasas por mi cabeza… pero no. Normalmente es como cuando lees una frase, sin querer y mi cabeza comienza a imaginarte.

A veces incluso te hablo en la oscuridad. Qué suerte tengo al vivir sola, puedo hablarte sin que estés y sin que piensen que estoy loca. Muchas veces, cuando te hablo, lloro, como ahora. No quiero que eso te duela. No quiero que tampoco me duela a mí. Tenemos claro que las lágrimas son solo emociones que necesitan ser desechadas por algún lugar.

Te he dicho, en mi soledad, todo lo que siempre te quise decir. Y han sido tantas cosas que poco las recuerdo y no me he cansado ¿por qué no me canso? ¿por qué ya no para esta estúpida costumbre de creer que estás cuando solo tengo el olor de tu ausencia?

No me dueles. No me puedes doler. Pero me da impotencia de no poder haber hecho más. De no haber sido más fuerte cuando debí, o de haberlo sido demasiado cuando necesitabas otra cosa. Pero así somos, diferentes. Tan diferentes. Pero me di cuenta de algo… tuyo, mío, nuestro, y quién sabe de cuántas personas más.

Una vez mencionaste que tenía miedo de que me amen. Tal vez. Tal vez en algún momento de mi vida alguien me amó tanto y luego tuve que olvidarme de ese amor, y ahora tengo miedo de volverlo a sentir… porque lo amargo no se quita ni con lo más dulce de este mundo. Tal vez aún llevo ese mal sabor de alguien quien nunca dejó de amarme, ni yo a él, pero las cosas no iban a funcionar nunca. Tal vez tengo miedo a que vuelva a pasarme lo mismo. Y aunque tarde lo descubrí, quise lanzarme al vacío. Y fue entonces cuando me di cuenta de que te pasa lo mismo.

También tienes un dolor o un miedo al amor. Conociéndote me dirás que no, que tú entregas todo, que eres valiente, que eres de los que le dice y le grita al mundo “quiero amar y ser amado”; pero hay algo que no cuadra… porque si fuera así, cuando quise acercarme a ti, me alejaste. Te rendiste. Por tu propio bien, estamos de acuerdo, no querías salir lastimado nuevamente, no querías lastimarte nuevamente. Pues, malas noticias, en el amor se lastima siempre – y normalmente nunca es queriendo – pero eso es justamente lo que hace que las relaciones funcionen, que crezcan y que los errores no se vuelvan a cometer. Entonces tal vez no le tengas miedo a amar y ser amado, pero tal vez te pasa lo mismo que a mí… y es que probablemente con alguien se te fue esa valentía para pelearla hasta desgastarse.

No podemos decir que en lo nuestro ya no había más que hacer… habían mil soluciones… el problema es que nos enfocamos en lo que podía ir mal. Y por eso te ofrecí un buen amor – insisto, tarde – pero ya no lo viste. Ya lo roto, no se podía componer… pero fíjate que no había nada que componer entre nosotros, lo que teníamos era que arreglarnos cada uno para poder resurgir.

Y me siento frustrada, porque por más de que quise darte esas esperanzas de la única forma en que podía, tú solo lo veías como palabras distantes. Me frustraba, porque no podía ir a buscarte y sonreírte, a decirte que todo iba a estar bien… y me atoré con los diez mil “te extraño” que debí haberte dicho más seguido.

Y hoy ya me rindo. Me rindo al saber que no hay nada que traspase esa pared que me pusiste, al saber que tu metodología de vida es no mirar hacia atrás. A tu resiliencia de salir fortificado de lo que te hunde.

Me rindo. Me rindo y me quedo con tener conversaciones con un ausente. Me rindo a seguirte viendo en cada rincón hasta que poco a poco vayas desapareciendo. Dejo ir las ganas de que estés aquí, para vivir con las ilusiones ópticas que tengo cada mañana y cada noche al recostarme en mi cama. Me rindo a revivir cada momento que me hizo feliz a tu lado…


Me rindo, hasta que al fin te vayas por siempre… aunque ya te has ido.