15.6.17

... pero apunto a las estrellas

"Apunta hacia las estrellas", decías. La pasión que desbordaban esos grandes ojos, hacía que cualquier persona te admire... o entre en pánico. Sabías cómo mantenerte sin pestañear, parado erguido aún cuando todo a tu alrededor se movía. Temple, de caballero sin armadura. Tus miedos quién sabe cuándo y dónde los dejaste, porque vivías... con la furia y garra que a muchos les hace falta.

Hace poco recordé claramente cuando fuimos a una constelación familiar, empujados por la tía Piluca, siempre metiéndote con picardía a esos eventos que alimenten ese hambre de conocerlo todo. Yo reí... y lloré de la risa... y tú, sin quitarme la mirada de encima, también reíste... nuestras almas se comunicaron mucho más allá de las palabras, como sabiendo historias de otras vidas, probablemente en las que también estuvimos cerca.

Fuiste un maestro, y no solo de título. Sabías con certeza que los seres humanos no solo vinimos a pasar el rato, sino a descubrirnos... a crecer... a conocer... a vivir. Escuchar tus historias y tus enseñanzas, era hipnotizante. No solo sabías hablar, sino que eras capaz de conmover hasta a un témpano de hielo. Eras de los que pensaba que un último trabajo, no podía ser el último, porque podía ser perfeccionado. Demandabas a quienes te rodeaban que no se queden en lo que pensaban, que siempre metan más cabeza, que siempre metan más corazón, que siempre suban un escalón más, porque sabías que siempre había más por dar. Y es que así eras tú. Más que un excelente arquitecto, un artista... veías la belleza en todo lo que se te cruzaba, pero con esa sonrisa que tanto te costaba decías "puede ser mejor". Y con esa frase, muchos se impulsaron. Lograste abrir esa puerta de la mente que en muchas personas se mantiene cerrada... y una vez que se abría, sabías que no había retorno. Cambiabas percepciones, verdades... vidas.

Y fui una de las afortunadas. Y creo firmemente que en esta vida, no fue la única vez que me lanzaste un pincelazo a la cara. Me hacías saltar de cuadrado en cuadrado, hasta llegar al infinito. Me criticabas - a mí y a tantos otros - porque creías en mí. Dejaste tantas semillas plantadas en la mente de tantas personas, que me apena que no puedas verlo, pero me encanta poder ser testigo de lo que lograste. Hoy te lo digo, aunque a veces se me acorten las palabras por debilidades de mi corazón, eres el ser más sabio - allá disputen con mi abuelo - que conocí.

Hoy son dos años sin ti... y aún cuando paso por tu casa, siento cómo estás parado en el portal, guiándonos para ver dónde parquear. Aún recuerdo ese olor a cigarrillo mezclado con pintura que tenías, cuando llegaba a la oficina que tenías con papá, saliendo de ese estudio donde siempre un caballete estaba acompañado de sopletes o pinceles. Aún cuando preparo una sangría, recuerdo esos viejos y pillos trucos que tenías para que sin querer la gente siga tomando y emborrachándome. Aún recuerdo tu voz diciendo "Michelle, la guardia imperial muere pero no se rinde y tampoco se deja ver las costuras". 

Tengo tantos recuerdos atragantados en la garganta, que creo que si un día hablo sobre ti, no sé si me quedaría hablando por siglos o si los pasaría llorando. Siempre decías que mis escritos tenían mucha nostalgia... pues no he mejorado y menos aún cuando te recuerdo. Cuando te fuiste, algo en todos nosotros se fue... nos acostumbramos a tenerte cerca, un guardián de nuestras vidas.

Todos te extrañamos mucho, incluso papá siempre intenta sacar un recuerdo tuyo en cualquier conversación. ¡Qué vacío dejan las grandes personas! Puestos en la sala, en el comedor, en el medio de una conversación o de un trago amargo.

Te extrañamos... y sé que gracias a ti, toda esta familia apunta a las estrellas. Tal vez algún día en una de ellas, te logremos encontrar.

Un abrazo al cielo, mil besos llenos de pintura y un edificio lleno de aplausos porque fuiste, hiciste y viviste... con coraje... como viven los guerreros y caen los valientes.



Ojalá te llegue mi avioncito de papel. Hasta la próxima aventura, tío Robert. 


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