30.1.12

... pero quiero dormir contigo

Hoy me has llamado al móvil, me has dicho que estabas fuera de mi casa y, en silencio, te he abierto la puerta.

Nos hemos escabullido silenciosamente a mi cuarto, he puesto el candado por si acaso y, en ese momento de pie, me he colgado en tu cuello. Me he quedado varios minutos en silencio, suspirando, acariciando tu nuca, oliéndote, sintiéndote y riendo cerca de tu oído.

Luego te miré, con esa mirada que temes, te dije "me encantas"... ¡Es que lo haces tan bien!. Atontada, casi muda e insostenible en el piso, logras sacarme de mi mente. Y tú, sonriendo con los ojos, marcando esos hoyitos creados por el cielo... Me atontas más.

Te has sentado en el borde de mi cama y yo, a tu lado. Conversamos un poco, otro poco nos reímos. He recogido mis piernas como suelo hacerlo, tú te has volteado frente a mí. Estuvimos un par de minutos, mirándonos, titubeando, tratándonos de acercar.

Entonces acercaste tu mano a mi cara, a mi pelo, a mi hombro. Mientras lo hacías, yo te acariciaba la muñeca y te miraba. No te quité los ojos de encima.

Me besaste ¡ay, cómo me besaste!. Uno de esos besos tan simples, tan cotidianos, tan llenadores. Quizás esperaba más, pero no lo necesitaba, fue perfecto. Sólo sentir tus labios sobre los míos, como una leve presión en la boca y una intensa en el pecho. Sonreír. Sonreíste.

Me paré de la cama, a hacer absolutamente nada, como escapando del momento, de las emociones. Y volví y estabas acostado. Y me enternecí.

Me senté nuevamente mientras tu cabeza reposaba en tus manos sobre un montón de cojines de todos los colores. Entre tanto verde, turquesa y rosa, lo único que resaltaba eras tú.

Hablabas y te escuché. Pasabas tus manos por cualquier parte de piel que alcanzaras.

Me recosté a tu lado. De espaldas para que pudieras abrazarme; pero primero recogiste un poco mi cabello para que no sean la barrera de tus susurros. Dijiste "me encantas" tan bajito, tan profundo, tan ensordecedor.

Rodeaste mi cintura con tus largos brazos, y yo posé mis manos sobre ellos, rogándote de manera implícita que no me sueltes. Y te acercaba a mí. Y me acercaba a ti. Y nos movíamos de una forma tan lenta para encontrar la comodidad antes de dormir.

Dijiste "nanit, mi ángel".

Dije "nanit, mi hombre".


Ven, cierra los ojos conmigo, porque mientras no estés a mi lado, disfruto imaginándote aquí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario