26.1.12

... (sin título)

Estaba recostado el sobre encima del escritorio. Causaba un poco de arritmia, un poco de lágrimas y un poco de soledad. El fantasma de los sentimientos inmortales convertía el aire en misterio sin dejar espacio para la respiración de quien entrara.

Su perfume aún se alojaba en cada poro de las sábanas, sus cabellos aún se encontraban sumergidos en las fundas de almohada, su cepillo de dientes - aún húmedo - protegía entre sus cerdas los últimos rastros del mal aliento mañanero.

Las cuatro paredes parecían cohesionarse al relatar las ardientes historias entre ellas, historias que muchos vivieron pero nadie comprendía en realidad. Los portarretratos contaban anécdotas de una familia imaginaria que sólo existe en los cuentos de hadas: padres unidos, marido trabajador, madre abnegada e hijos graduados.

El escritorio relataba los miles de textos que fueron escritos sobre él, la silla simplemente escuchaba de manera muy cómoda, sin apuros, sin agotamientos.

El sillón de la esquina ahogaba su ropa que no había tenido oportunidad de guardar y el cojín reposaba en el suelo, un poco exhausto por el zarandeo de esa noche.

El reloj marcaba las 03h59 y los cigarrillos contaban la angustia de los últimos minutos de su existencia.

No existían más referencias de lo ocurrido, sólo existían razones para guardar silencio por un par de minutos y percatarse de que todo se había acabado.

A la habitación sólo le tocaba esperar para ver quiénes serían sus nuevos dueños, quienes crearían nuevas historias que contar... Quiénes, al fin, tendrían la valentía de ojear el testamento que escondía aquella vida tan llena de soledad.

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