Te voy a escribir un cuento que no es para ti.
Te voy a escribir algo como yo: a veces profundo, a veces absurdo.
A veces brusco, otras un poco desordenado y siempre impulsivo. Te quiero escribir una serie de palabras
incoherentes que se olvidan cuando las lees. Porque son como tú. Y como yo.
Inexistentes, pero reales.
Y tú que prevaleces. Y yo que desvanezco. Y nosotros, una historia
que se llena de miedos y fantasías que suelo contarle a mis paredes cuando no
pueden escucharme, porque si me escucharan podrían no confiar en mí nunca más. Y
es que soy temerosa, pero no cobarde; porque me rindo, pero nunca me doy por
vencida.
Es un tú, de boca torcida, exhalando palabras que desnudan más que
los ojos de los santos. De manos iluminadas que hacen obras maestras con
rapidez y engaño. De ojos pequeños que ven más allá de sus párpados cerrados.
De un cuerpo casi tope, adolorido, que proyecta al niño que quiere vivir. De
pensamientos profundos que hacen sentir, a quien las escuche, como un ser pequeño.
Pequeño.
Un tú que enseña a leer cosas que están escritas en los márgenes
de la piel. Que no entiende de excusas y promete siempre una conclusión. Un tú
que evalúa algo mucho más que una sonrisa de dientes perfectos y un maquillaje
natural. Que ve la simplicidad de las cosas y se convierte en cómplice de
aventuras imaginarias. Un tú, que me saca de mi cabeza para querer entrar en la
tuya, sin miedo ni prejuicios. Que me incita a leer, a querer, a vivir.
Un tú que apenas conozco y ya está aquí.
Uno, que me hace dibujar cada beso mientras converso con el techo,
que me hace sentir que la almohada es un hombro, un hombre, donde me apoyé
alguna vez. Una expresión de cabeza inclinada que me hace leer los silencios de
la piel y memorizar cada acción sólo para imaginarlo cada noche.
Un tú que me recuerda una guerra pacífica en los labios; una
guerra que hiere, que mata. Y estamos en cada extremo sin poseer ningún bien
material que permita un intercambio. Sólo tenemos nuestras ideas, nuestros sentimientos
emergentes que estallan, a veces, con la fuerza necesaria de la pólvora y el roce que
causa la llama. Un tú que me quema con tal agrado, que me cubre del frío
innecesario de la madrugada. Un tú que sin decir nada, puso en mi vida notas
musicales que sólo logran dejarme con la respiración desgastada.
Y te escribo, buscándote. Y te encuentro, perdiéndote.
Y te alcanzo, aunque siento escapar. Busco obstáculos y me permito
crearlos. Pero te siento cerca y quiero esquivarlos. Y camino entre las cuerdas
flojas y los dedos firmes, con pasos en falso y ojos cerrados. Porque puedo. Porque
quiero. Porque decidí hacerlo.
He perdido la opción de no querer que estés aquí. Y digo perdido
porque por más que la busque, no la quiero encontrar. Tal vez se me escapó en
una nota que fue capaz de encontrar mi pensamiento. Tal vez la perdí entre tu
sabiduría y mis ilusiones.
Y así, cada noche me quedo estática, dibujando en mi mente los retazos
de la boca torcida. Una boca que, en mi mente, permanece inquieta, queriendo
besar cada espacio de piel al descubierto, queriendo explorar y dejar un
cosquilleo en cada lugar que roza. Una boca capaz de decir las peores cosas sin
miedo a la culpa.
Y empiezo a perder el control mientras recuerdo las últimas notas,
las últimas palabras. Y entro en los impulsos de desesperación que sólo logran
ahogar mi propia mente. Y pierdo el control. Y escribo, porque es mi forma de
crearte. De creerte. Porque es la forma en la que, si te vas, no te irás por
completo.
Así que déjame escribirte un cuento que no sea para ti, porque
sólo nosotros sabremos que estás tú en sus palabras.
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