9.3.12

... pero fue un 10 de marzo

 Cuando aprendí a relatar ciertas historias de mi vida, aprendí a sentir más de lo que era necesario. Por esta razón, y algunas otras, me prometí algún día nunca escribir sobre las personas que más amo... sin embargo he roto siempre las promesas que me hago a mí misma. Hoy es necesario contarme un cuento sobre alguien.

Este último mes he recordado mucho la imagen de aquel hombre que me dio pasó a mis jugueterías favoritas: las bibliotecas. He tratado mucho de sacarlo de mi mente, de no recordarlo y no dejarme llevar por la nostalgia de que ya no esté en mi vida, pero ha sido en vano. Es como si aún sus pasos estuvieran impregnados en los pasillos de mi casa, somo si aún al escuchar un paso doble lo viera bailar lentamente junto con su esposa, como si su sonrisa aún no se apagara y la manera en que sus ojos brillaban al vernos a todos juntos, en esta sala. 

Recordé el día del padre, sentados en La Tasca de Carlos, cuando nos dieron de zopetón la noticia "no le queda mucho tiempo... ya sólo falta esperar" ¡qué amarga resulta la vida en momentos tan dulces! Ese día, intentaban cuidar su comida, que no ingiera mucha sal o mucha grasa... ¡no jodan! si alguien tiene poco tiempo, que lo disfrute como quiere hacerlo... que coma, que disfrute, que viva lo poco que le queda. 

A partir de ese día empezaron las noticias en las madrugadas, avisando que lo estaban llevando a la clínica... cada visita era una tortura irremediable, que sólo se calmaba cuando lo veía sonreír al recibir un plato de comida que podía disfrutar. Recuerdo cómo mi padre intentaba hacer que toda la familia esté reunida mínimo una vez al mes para poder celebrar su poca vida que le quedaba. Abrazarlo cada vez se hacía más sencillo y dejarlo ir era cada vez más difícil. Cada día luego de verlo, era un rezo a un Dios que aún no sé si existe y le decía en silencio "que hoy no sea". Esas infinitas visitas al hospital acabaron luego de 9 meses. El día que mi padre me lo dijo, fue algo horrible. Sus lágrimas en los ojos, su afán de no llorar y no dejar de demostrarse como el hombre fuerte que era y yo, desesperada por no contener sus lágrimas.

Ha pasado un año y un día desde la última vez que lo vi. Recuerdo haber llegado al hospital luego de que me lo habían mantenido en secreto por 4 días. No podía creer que él haya estado ahí en una cama, entubado por todos lados y que yo aún no lo había ido a visitar ¿qué habrá pensado de mí? Debía odiarme. Lo encontré adormitado por las medicinas, me quedé sentada a un lado de la cama de metal y tomé su mano... estaba tan suave como la piel de los viejitos. Descubrí su brazo de la sábana que lo cubría y vi manchas por dentro de su piel. Creo que me dolía más que una puñalada en mi corazón. Abrió sus ojos y lo abracé. Intenté mirarlo con la admiración de siempre, pero creo que esa vez se me desbordó el amor... Recuerdo haber suspirado un par de veces, conteniendo las lágrimas que querían salir despavoridas de mis ojos. Estaba perdiendo la vida de uno de mis héroes. 

Traté de conversarle un poco sobre cosas irrelevantes, él aún con sus años me hablaba sobre su trabajo. Cuando llegó la hora de irnos lo abracé lo poco que pude, lo tomé fuertemente de la mano que en todo el tiempo no había soltado y le dije, con esa mirada que suelo poner en un adiós "nos vemos pronto". 

Pero no lo vi más. No vi más a ese hombre inigualable que supo formar a una familia, que nos enseñó a preparar cocteles en las fiestas, al que bailaba y se creía el alma de la fiesta, al que con una mirada nos hacía sentir a sus nietos cuánto nos admiraba. No vi más a la persona que me enseño a amar los libros con devoción y que siempre quería convencerme de que los grillos eran la conciencia (amaba a Pepe Grillo). No vi más a la persona más encariñada con los búhos. Me alegra mucho haberle regalado alguno cuando aún vivía. 

Extraño mucho las pocas tardes que pasé con él. Sus palabras cortas pero justas para ciertos momentos. Extraño incluso el temblar de su mano cuando la cogía y él, por su poca demostración de afecto, quería quitarla. 

Tuve un abuelo increíble y admirable. Tuve un sólo abuelo que conocí y que no me malcriaba con dulces sino con libros. Tuve un abuelo que me aprendió a admirar cuando supo que leía mucho en inglés y que era la única nieta que lo hacía. Tuve un abuelo genial y hoy me hace falta.

Hace un año te fuiste... y aún, hasta hoy, espero el día que se cumpla ese "nos vemos pronto", porque asentiste con la cabeza y una parte de mi corazón se quedó ahí.

Un beso al cielo... uno por cada día que no has estado más.

(esto no tiene nada literario... es simplemente un recuerdo para mí. 10 de marzo es un día que recordaré por siempre)

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