Está en esa esquina oscura de su mente,
donde las estrellas fugaces ya han cumplido los deseos de otros y los
medicamentos para el insomnio no surten efecto. De repente sale, desde
las sombras, una luz ensordecedora que se multiplica mientras se oye el
aumento de palabras y voces.
Se reúnen ahí, cada noche, intentando
convencerla de que escriba.
Ella no quiere.
No puede.
Quiere callarlas,
que no estén más.
Van aumentando las luces, las voces empiezan a decir
palabras que salen de su propia boca, pero ¿cómo lo logran?. “¡Ya
cállense!” dice, aún temerosa de lo que pueden hacerle. No las ve. No
están ahí… pero las conoce y sabe que la invaden. Intenta que sus manos
no se conviertan en sus juegos. Intenta ocuparlas en algo diferente.
Pero sus impulsos y ellas… tiene que detenerlas.
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