Dicen que cuando logras hablar sobre
alguien sin que la voz no se te quiebre o te tiemblen las manos, que ya lo has
logrado superar.
También dicen que cuando escribes sobre
alguien, lo inmortalizas.
¡Qué equivocada está la gente, a veces!
Pero bueno, hablando de catársis y ya que
hoy me encuentro sin filtros que midan mis palabras, voy a hablar. Voy a
decirlo todo. Voy a decir todo lo que me he estado aguantando de decir por
miedo, por no confrontar, por no querer aceptar la realidad de lo sucedido.
¡Qué lindo que es cuando comienza todo el
jugueteo del amor! Cuando empiezan los roces sin querer, los besos pequeños en
algún lugar desprevenido, las ganas de ver a esa persona, el saber cuándo nos
dirá para vernos de nuevo. ¡Qué lindo! Y qué triste que yo me salté todo eso
con él. Porque lo permití, por impulsiva, porque así soy y después ando
queriendo arreglar el pasado.
Y sí, eso pasó. De repente estaba
saliendo con aquel que parecía el hombre que siempre había esperado… cariñoso,
atento, detallista, preocupado por todos los que me rodeaban, aparentemente
feliz… aparentemente.
Conversar con él era tan divertido.
Habían días en que no quería que nuestras conversaciones terminaran… que
nuestros momentos se acaben. Pero bien dicen “be careful what you wish for”. En
menos de un mes un accidente, un robo y ya tenía a alguien viviendo en mi casa.
(WTF! Yo solo me quería enamorar, no empezar a formar un hogar de la noche a la
mañana).
Empecé a sentir cómo un, aún extraño, se
metía en mi casa, en mi vida, en mi tiempo. Si, claro que la pasábamos hermoso…
pero todo era tan abrumador y rápido que mi cabeza decía “¿Qué pasó?” y mi
corazón decía “¿no debería estarme enamorando ya?”… y así, intenté empezar a
cambiar el pasado. Empecé a poner límites, a tratar de cuadrar mis tiempos, a
esforzarme en tener detalles para que mi corazón se vaya apresurando a sentir
algo… y no… al corazón no se lo forza. Él sabe mucho más.
Y de repente empezaron dramas… dramas del
pasado. Fantasmas que nos seguían. Desconfianza, lo cual era totalmente absurdo
porque BÁSICAMENTE VIVÍAMOS JUNTOS y solo pasábamos vagando como una pareja en
luna de miel… y yo no quería luna de miel. Yo quería enamorarme. Yo quería
enamorarme.
Cada vez que algo pasaba, trataba de
aguantar… de respirar, de alejarme un poco para no tener que estallar con él
encima mío todo el tiempo… escapaba. Claro que escapaba. No tenía más salida.
Me agarraba de cualquier momento en el que tenía que hacer algo para poder
respirar. ¿Han agarrado algún pez con sus manos tan fuerte que se les resbala?
Creo que esta sería la analogía más perfecta.
Él intentaba desesperadamente tenerme
entre sus manos y yo, slippery fish, solo me resbalaba cada vez más y más…
¿Y mi corazón? ¿Ese qué decía? Ese decía
“tranquila, es un buen chico… te ama… sus necesidades vienen de un lugar tan
puro como el amor… tú puedes manejar esto, tú puedes ayudarlo porque tú ya
fuiste así… tú puedes”. Y con lágrimas cada noche rezaba y decía “yo puedo”.
Pero no podía. No podía. Y no podía.
Y me daba rabia conmigo misma.
“Michelle, toda la puta vida has pedido a
que llegue alguien como él. Guapo, atento, cariñoso, que quiera dedicarte el
tiempo suficiente… y te quejas”…
Juro que no me quería quejar. Juro que lo
quería aceptar tal y como era. Juro que en el fondo lo empecé a amar.
Pero se fueron forzando tantas cosas. Él
sentía que yo fallaba, yo sentía que él me ahogaba ¿quién tenía la razón?
Nadie. Nadie la tiene nunca. Nadie tiene la razón hasta que los dos ponen de su
parte y se resurge. Esa es la única razón verdadera que debe haber al amar.
Y en vez de resurgir, nos separamos… como
pelea de niños. Con pataletas. Con “mira, mami, lo que me hicieron”, “mira,
mami, que me rompieron el corazón”, “miren todos, me trataron mal y ahora me
duele”.
Y es verdad… los dos lo hicimos. Por muy
madura que intenté ser, caí en la trampa de seguir un juego del que hace mucho
tiempo me retiré. A veces es la pasión… a veces el ego.
Intenté cambiar las perspectivas. Intenté
aplicar – tal vez un poco tarde – todo lo que venía aprendiendo sobre mí. “Los
problemas son escenarios que la vida te pone para que trabajes en tus fallas,
no en la de los demás”. Me hice responsable. Me paré firme y dije “te amo y voy
a luchar por ti”. Lo dije cuando más sentía que lo amaba, probablemente porque
ya lo estaba perdiendo. Pero no importaba, nunca es tarde para corregir un
error.
Entonces me puse mi armadura, encerré a
mi corazón en amor incondicional, dije “esta vez voy por el todo”. Quiere
casarse, bueno, nos casamos. Quiere que ya no sea fría y distante cuando algo
me duele, bueno, buscaré la forma de solucionarlo. Quiere, quiere, quiere…
bueno, bueno, bueno. Acepté todo. Estaba dispuesta a aceptarlo todo y a manejar
todo lo que venga con amor.
Y él se había transformado. La persona aparentemente
alegre, ya no era alegre. Era cruel, era duro, era malo con los demás… hablaba
sin filtro (como yo ahora), hablaba para herir, hablaba para atacar… siempre
con una respuesta directa, cortante y que lograba desvanecer mi deseo de
seguir.
Me encontré que en la batalla por salvar
algo estaba sola… porque mientras yo trataba de solucionar las cosas entre los
dos, él las exteriorizaba… tal vez por aprobación, por ego o por dolor. No lo
juzgo, tal vez era lo que yo necesitaba para darme cuenta el dolor que también
le causé algún día… y me rendí.
Me encontraba batallando por salvar a mi
príncipe y, cuando me daba cuenta, era él mismo quien lanzaba las flechas a
matar. Y me morí… porque vi que todo lo que al final había amado de él… ya no
estaba. Todo el dolor lo había acumulado y lo llevaba con furia como una
coraza.
Ahora entiendo que debo ser más paciente,
que cada cuál tiene su forma de enfrentar su dolor, su ira, sus penas. Que cada
capa de protección que alguien se crea no es para protegerse del dolor, es para
protegerse de sentir que alguien al fin está ahí, dispuesta a todo, incluso con
el corazón titiritando de miedo. Y Dios sabe el miedo que tenía. Miedo a que se
repita la historia, a no llenar sus expectativas, a no ser lo que él quería que
fuera… cuando en verdad solo debía preocuparme por ser quien yo era.
Una persona, cuando ama, busca un
complemento, no busca la felicidad. Nadie puede cargar con el peso de “solo tú
me haces feliz” porque no puedes ser la razón por la que esa persona quiera
levantarse cada día o hacer algo con motivación. La felicidad debe estar dentro
de cada uno… felicidades sin máscaras, sin prejuicios, con moral. Felicidad de
dar todo lo que puedas, sin el fin de recibir lo que demandas.
El amor no condiciona, pero tampoco
espera hacer cambiar a otra persona para tu bienestar. ¿Quieres que algo te haga
feliz? Busca siempre qué debes cambiar de ti para sentirte pleno ¿Quieres que
alguien te haga feliz? Déjalo ser, no intentes cambiarlo. Nadie que cambie sin
un proceso real e interno de transformación será feliz NUNCA.
Hay personas que tienen el ego muy
grande. Que se ríen de los demás. Que buscan hacer pataletas en medio de un
centro comercial para llamar la atención y que luego te buscan porque sin ti,
las pataletas se acabarían ¿Quién me va a aguantar la pataleta si no estás tú?
No hay persona, no hay pataleta.
Yo no fui la persona correcta. Y
definitivamente él tampoco lo fue.
Y al fin cuento esto sin una sola lágrima
más. Con dolor, con un poco de ira, con un poco de compasión… pero sin temblar,
y ya sin miedo.
… Y dicen que cuando escribes sobre
alguien lo inmortalizas. Personalmente me pasa lo contrario… cuando escribo
sobre alguien, normalmente lo mato.
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