21.3.17

... pero es el aniversario de mi viaje a NY

- ¿Sola?
- Sí... sola. Quiero empezar a hacer mis sueños realidad. 

Así comenzó la noticia...

¡Qué bombazo debió ser para mis padres!

Pero esa soy. La impulsiva... y el año pasado, tomé la mejor decisión de mi vida: perseguir el sueño de viajar en tren desde Miami a New York, y conocer esa majestuosa ciudad.

Mi bolso de mano casi vacío, mi corazón roto enfrentándose a perder al hombre con el que se suponía que me casaría y la mente en blanco, sin saber qué iba a pasar o con qué miedos me iba a enfrentar. Me fui vacía... totalmente vacía, para traer de vuelta todo lo bueno que me iba a encontrar.

Así que hace un año me trepé al avión sola (enfrentando mi miedo a esa magia que ocurre entre aire y el avión) y emprendí el viaje que cambió mi vida.

Miami era un juego para mí. Me lo conocía (los alrededores del lugar donde me quedaba) como la palma de mano. Buses iban y venían, fui al Publix y a comer en The Cheesecake Factory. 

- "And how many are you going to be this evening?"
- "Just me... thank you."

Caras de susto. Nadie come solo. A nadie le puede gustar comer solo... A MÍ SÍ. No es que tampoco sea lo más placentero... pero es rico conocerte mientras comes contigo misma, disfrutar de cada bocado, pedir para llevar, tratar de comerte 3 platos cuando tienes el estómago de una hormiga. Lo disfruto y mucho.

Regresé a casa, dormí y a la noche salí por una carnecita argentina a un lugar que se llama Puerto Madero, con música en vivo. Y sí, en mesa para uno.


Debía volver a casa porque era tarde... pero toda la magia con la que había llenado este viaje, debía durar el mayor tiempo posible... así que me dediqué a ver la luna llena mientras caminaba (o rodaba en mi silla) 10 cuadras hasta la casa.

Y bueno, para los que no conocen la historia, no puedo caminar... así que el reto era mayor aún. Iba con una silla de ruedas eléctrica, sin nadie que me ayude. Solo yo y mi sentido común.

Al día siguiente, me fui a comprar ropa para frío... se suponía que NY iba a estar con un clima templado, pero por cosas de la vida, habían corrientes de aire heladas, así que me tocó improvisar con suéteres de segunda mano. El problema es que mientras buscaba, la batería de mi silla iba muriendo y debía llegar a casa... pero no había comido. Quise cruzar a uno de mis restaurantes favoritos, pero me tocó dedicir: arriesgarme en la noche a quedarme sin silla en la mitad de la calle o volver a casa. Volví a casa y preparé todo para salir por la mañana a tomar un tren.

Esa mañana siguiente todo era felicidad. Noé, el peruano que tiene el taxi especial para sillas, me contaba historias terroríficas que pasaban en las paradas de trenes en las mañanas y yo solo rezaba para que nada me pase. Pero él se reía y me decía "va a ver que todo le saldrá muy bien". Al llegar a la parada le dije que lo llamaría al volver pero si por si acaso no lo encontraba, me despedí de él con un abrazo muy grande (es la tercera vez que lo llamaba, porque el año anterior ya había utilizado sus servicios). Noé es genial. 

Entré a la estación de trenes y solo encontraba caras amigables... sonrisas, permisos, gente que al verme brillar (porque seguro estaba brillando con tanta felicidad), brillaba conmigo. Los asistentes de Amtrak se portaron tan gentiles y se entusiasmaban cuando les contaba sobre el viaje que haría... 26 horas en tren para conocer la ciudad que nunca duerme. 

Me acomodaron en un asiento especial, donde podía llevar mi maleta de mano, mis libros y mi silla junto a mí. En las silla contiguas sentaron a un señor que iba en otra silla de ruedas, con movilidad nula. Nos sonreímos. Y empezó el viaje.

El sonido de las rieles del tren eran tal como las imaginaba... los baches que sientes en el sube y baja, la velocidad, la tranquilidad... todo era como lo había imaginado. Éramos un libro y yo conversando en mi interior y este me decía "tu vida cambia ahora". En cada parada iba viendo las casitas rústicas, personas que iban y venían de todas las clases sociales, colores, religiones. Todos íbamos juntos en un viaje, cambiando de lugar hacia cualquier destino. 

Luego de las 5 horas aproximadas de viaje, ya empezamos a hacernos amigos. Jacob, el hombre afroamericano de la silla de ruedas, contó sobre su historia. Era un tipo que amaba conducir velozmente y que tuvo un accidente donde salió disparado por el parabrisas. Los doctores no le habían dado esperanza de que pueda volver a mover ninguna parte de su cuerpo, pero con el tiempo había hecho miles de terapias que ahora le permitían usar sus brazos y mover su columna. Sus piernas no le servían de mucho... pero estaba agradecido por estar en ese preciso momento, trepado en un tren que le permitiría ver a su hija que cumplía años. "Thank God" repetía incansablemente. Hasta que llegamos a su parada y se fue. 

Luego Elizabeth, al escuchar la historia de Jacob, empezó a compartir la suya. Ella es una señora de 70 años que viajaba a ver a su nieto que, si no me equivoco, se graduaba... estaba muy feliz de ver a su familia... pero empezó a contar que el año pasado había perdido a su hijo de 27 años en un accidente de tránsito y que unos meses después, perdió a otra hija de un día para el otro... la chica solo se desmayó y murió. Nunca supo la causa porque no la encontraron hasta un día después botada en la cocina... sin embargo, ella sonreía. Sonreía porque aún tenía familia qué visitar, porque aún le quedaban 4 hijos más y porque tenía la suerte de ver cómo sus nietos iban creciendo. 

Me preguntó sobre mí, le conté sobre mi sueño de viajar en tren y además de conocer NY. "New York" decía... mientras le brillaban sus ojos. "you're gonna have such a wonderful time". Me enamoré de esa señora... creo que se llevó una parte de mí cuando se despidió con un abrazo y me dijo "Tell New York Lizzie says hi". Y lo hice. Apenas vi el Empire State desde la ventana del tren dije en voz alta "Lizzie says hi".

Y comenzó la aventura... comenzó la aventura con una gripe y fiebre terrible que me dio mientras estuve expuesta al frío del tren. Sin más medicinas que la precavida de mi madre me había enviado, no sabía qué hacer... tenía solo 5 días y estaba volando en fiebre. Pero bueno... este era mi sueño. Estos eran mis miedos ¡a enfrentarlos!

Paré en mi estación que me llevaría al hotel sin problema desde el metro. Empecé a conocer los alrededores de donde me iba a quedar. Paré a comerme un kebab en un puestito ambulante... creo que comí con tantas ganas que un señor se bajó a un ATM que estaba a un lado y me dijo "is it THAT good?". It was. Estaba delicioso y más aún para mí que iba muerta de hambre. 

Llegué al hotel... conocí a María. Una chica encantadora que me hizo un upgrade de la habitación porque Booking no había tomado bien mi reserva (y además me cobró un fee por equivocación que nunca me devolvieron... pésimos BTW). Me hizo sentir sumamente cómoda y tranquila. Dejé mis maletas y salí ese viernes a recorrer por Times Square. 

Gente... gente por todos lados. Era una locura. Mi primer personaje en esas calles fue un Mickey Mouse deforme que se tomó una foto conmigo. Me reí a carcajadas porque me acordé de los años viejos que hacen en nuestro país. Las luces brillaban por todos lados... espectáculos de Broadway, ofertas, tendencias de moda, música a todo volumen. Era hermoso. Tantos estímulos que solo me rodeaban con alegría.

Fui alejándome poco a poco hasta llegar al Centro de Kabbalah, donde iba a experimentar mi primer Shabbat en vivo... con Karen Berg, Michael Berg y Monica Berg. Coincidentemente conocí a una ecuatoriana Daisy... qué hermosa mujer... todo el Shabbat me indicaba qué debíamos hacer... y entre cantos y aplausos, se sentía cómo el lugar vibraba con la energía de las personas. Niños, hombres, mujeres... todos unidos para compartir la mejor energía y llevarla al resto del mundo. Fue fascinante... más aún cuando me acerqué a Michael Berg (el autor del libro que iba leyendo en el tren) y le pedí una foto. Todo era increíble. Subimos luego a la cena, donde te sentabas con personas que no conocías y en la mía había un maestro de Kabbalah, un colombiano, un peruano y una gringa que se había graduado de Harvard, a sus 25 años y ya sabía hasta hebreo. ¡Que gente tan buena vibra! Pasamos la noche hasta las 11 que ya tenía que volver al hotel con mi gripe.

Paré en una farmacia a comprar algo de medicamentos para la garganta. Al día siguiente, como era de esperarse, tenía una gripe del demonio... no sabía qué hacer para recuperarme... así que esperé hasta el medio día y salí por algo de comer y al MOMA. Quisiera decir que este día fue increíble pero no lo fue tanto... salvo por un policía que me abrió paso en una calle de Times Square y me dijo que era hermosa... y yo diciéndole que no mienta, que tenía gripe y que nadie con gripe es hermosa... y se refirió a mi sonrisa. Sin importar lo que estaba pasando, parecía que la alegría seguía viva en mí. 

El tercer día fui al Memorial del 911. Es inexplicable la tristeza y al mismo tiempo la esperanza que tienes ahí dentro. Revivir todas esas imágenes del terrorismo, la caída de las Torres Gemelas, la cantidad de fotos de la gente que había muerto, los policías, bomberos y guardias que habían sacrificado su vida por salvar a toda la gente posible. Era devastador. Y luego veías la bandera de EEUU y abajo un montón de cartas de niños expresando su amor y fuerza para los rescatistas. Lloré... lloré como niña pequeña sintiendo toda esa maldad que puede existir, todos los problemas por cosas materiales, ideologías y religión... y lloré porque también ahí se encuentra la nobleza de los corazones que sin importar cómo, daban la mano. Al salir de ahí me quedé estática unos momentos, esperando a que pase la nostalgia y seguí recorriendo... Wall Street, Empire State, La Estatua de la Libertad (que no alcancé a tomar el ferry porque llegué tarde) y me encontré con una ardilla. La ardilla me dejó hacerle una sesión de fotos interminable.

Llegada la noche, mi silla moría de nuevo. Y me acerqué a un restaurante donde pedí que por favor me prestaran un enchufe. Estaban a reventar... sin embargo hicieron un espacio pequeño y me dejaron quedarme ahí sin obligarme a consumir nada. Todos seguían sonriendo. Al terminar la carga, volví a mi hotel... con mi gripe... y el frío. 

El cuarto día quedé con mi amiga Lucy para ir a almorzar. Tienen que conocer a Lucy. Siempre está feliz. No la veía como hace 4 años y seguía igualita, nada había cambiado y pudimos compartir un tiempo lindo juntas. Luego, en la tarde, me topé con mi prima Tanya que no veía hace siglos, me invitó a comer y conseguimos entradas para ir a ver Neverland de Broadway ¡qué famosa me sentía! Y qué lindo que siempre en el camino te encuentras con gente que te acompaña. 

Sin embargo, aquí empezó lo feo... se suponía que antes de volver a Miami, iba a parar en Savannah... un pueblo lleno de artistas y bohemios que tiene muchos lugares históricos... pero no habían taxis que me pudieran trasladar desde la parada del tren de regreso, hasta el hotel que estaba lejos del pueblo. ¿Qué hacía? ¿A quién acudía ahora? Tenía que salir del hotel a las 4am para la estación del tren y no tenía idea de qué iba a hacer metida en Savannah sin movilizarme... Entré en pánico. Y dije "que sea lo que tenga que ser"... y esta iba a ser mi mayor prueba.

Buscando taxis, nadie me quería ayudar... sentía que todo lo positivo de esos días se desvaneció en un segundo y no tenía quién me auxilie. Así que salí a la terminal del tren, con lágrimas de miedo, esperando a ver qué solución encontraba.

La estación de tren estaba vacía. Habían borrachos por todos lados, al igual que vagabundos. Sentía que me iban a robar, a violar o a secuestrar... y cuando ya empecé a buscar desesperada una salida, veo a lo lejos a un señor que caminaba patojito y tenía el logo de Amtrak en su camisa. 

Me acerqué a él como el único recurso que me quedaba... le conté la situación y me dijo "you're gonna be OK... come to the Amtrak counter and they will help you"... y seguí sus instrucciones.

Esperé hasta las 6am a que abran el counter y me dejaron pasar primera, le conté la situación a la chica del Amtrak y me hizo el cambio de ticket... cancelé mi ida a Savannah y volvería a Miami. ¡Qué respiro! Y más aún sabiendo que mi ángel de la guarda (mi hermano Daniel) ya me esperaba allá.

Ese regreso fue horrible. Un hombre borracho quiso sobrepasarse conmigo y con otras chicas más. No pude casi dormir. Venía aún con los estragos de la gripe. Y seguía asustada... eran ahora 30 horas de viaje de regreso... y solo tenía en mente en el momento en que me encontraría con mi hermano, la china y el loco. 

Cuando me bajé del tren y los vi, sentí cómo mi alma volvió al cuerpo... no quería despegarme de ellos. Había sido el alivio más grande luego de tanto miedo. 

Estuvimos 3 días juntos. Bebimos, comimos rico, compramos cosas, nos divertimos probándole zapatos a mi hermano que se rehusaba a comprar... y volvimos a casa donde mis padres me recibían con los brazos abiertos, dispuestos a escuchar cada historia y al salir me tenían una gran sorpresa ¡Charlie, mi perrito, también me había ido a recibir! Qué hermoso era estar de vuelta.

La razón por la que escribí todo esto, no es solo para acordarme de las cosas hermosas que viví, de los miedos que experimenté y de la certeza que sentí cuando todo no salía como lo había planificado. Sabía que en cada situación incómoda, momento, lugar y con cada persona que esté, era por algo.

La mujer que viajaba con un corazón roto, regresó con un corazón totalmente curado y agradecido de estar en el aquí y en el ahora. La mujer que iba con las maletas vacías, regresó cargada de amor y esperanza, de ganas y con hambre de volver a vivir algo así.

La mujer que se había ido para sanar, se sanó y probablemente en el camino logró sanar a alguien más. Y encontró a cada persona que la hacía sentir que ella no estaba sola, incluso en los peores momentos... porque aún a kilómetros de distancia, tenía a gente preguntando si estaba bien. Y estuve bien.

Este fue una de las primeras cosas de mi bucketlist que taché. Estoy empezando a vivir mis sueños... y este año lo haré con Lollapalooza, gracias a mi hermano. 

Y si aún no se atreven, si aún tienen miedo... si aún dudan... solo les digo ¡hay que lanzarse! Si una mancita en una silla de ruedas se lanzó a viajar sola y sacó las mejores experiencias, todos pueden hacerlo. No hay nadie que se interponga entre nuestros sueños y nosotros... solo nuestros miedos.

Y cuando se enfrenten a eso... recuerden "tu vida cambia ahora". Y cambió. No soy la misma de antes... soy una mejor versión... y seguiré mejorándola con cada miedo enfrentado y sueño cumplido. 

Los amo. 

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